Oviedo,

Salomé SUÁREZ

No están todos, de ahí la promesa de una nueva entrega, pero sí algunos de los nombres más significativos de la arquitectura asturiana del XIX y el XX en el volumen que acaba de editar Hércules Astur dentro de su colección de arte. Porque ese tratamiento, de creadores, de artistas, es el que se ha querido dar a un colectivo que ha dejado una obra personal y en ocasiones pionera a lo largo de la geografía de la región. Los artículos del volumen se abren con el que firma el crítico de arte Luis Feás, recogiendo una treintena de nombres vinculados al Principado a través de su obra arquitectónica. Le siguen nueve monografías con nombre propio, entre ellas la de un arquitecto del XVIII, Manuel Reguera.

La primera firma.

Manuel Reguera (Candás, 1731-Oviedo, 1789)

l fue la figura más destacada de la arquitectura de la Ilustración en Asturias, a lo que contribuyó, según Vidal de la Madrid, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo y autor de su monografía, su prematura titulación en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Pedro Antonio Menéndez era entonces el arquitecto más respetado de la región. Candasín como él, Reguera se convirtió en su aparejador y director de obra en el proyecto del Hospicio y Hospital Real de Oviedo (hoy hotel de la Reconquista). El primer encargo que recibió tras haber obtenido su titulación académica fue un edificio privado: las nuevas casas para la familia Velarde -hoy sede del Museo de Bellas Artes de Asturias- en Oviedo. La vivienda que el arquitecto trazó en la calle Santa Ana, apunta De la Madrid, fue «el último gran palacio barroco construido de nueva planta en Oviedo». Velarde, en una iniciativa sin precedentes, permitió al maestro firmar su obra en la fachada principal: «Ynbenta y consta. Por Manl. Reguera González», escribió en la piedra el arquitecto, concentrando las actividades fundamentales de su oficio: proyección y ejecución. Su relación con el madrileño Ventura Rodríguez marcaría después otro apartado importante de su trayectoria, con proyectos como la capilla de Nuestra Señora de Covadonga o la casa de baños de Las Caldas. Su nombre está vinculado a muchas otras obras: el palacio de Valdecarzana, el puente de Olloniego, el pórtico de la iglesia de Santo Domingo, el Arco del Infante de Gijón o la fuente de los Cuatro Caños, en La Corredoria.

El trazado del ensanche ovetense. Juan Miguel de la Guardia

(Cantabria, 1849-Oviedo, 1910)

l es, a juicio de la catedrática de Arte de la Universidad de Oviedo Mari Cruz Morales, «una figura indispensable para la comprensión» de la arquitectura asturiana y uno de los profesionales que más contribuyeron a definir la imagen del ensanche de Oviedo en el cambio de siglo, labor vinculada a la obtención de la plaza de arquitecto municipal en 1882. De la guardia combinó sabiamente su actividad pública con la privada, con una clientela configurada por industriales, banqueros e indianos. Aunque la identificación del arquitecto con la capital del Principado está más que justificada -gran parte del trazado de sus calles salió de su mano-, tiene obra por toda la geografía regional. El colegio de la calle la Luna, los mercados de Villaviciosa y Mieres, el Casino de Castropol, el laboratorio de Campo de los Patos, el Banco Asturiano en Porlier, los palacetes de la Lila y «Villa Magdalena», la casa de García Conde en la Escandalera, edificios de viviendas en Uría y Fruela, el palacete de Masaveu en Pérez de la Sala, la sede del Colegio de Notarios en la plaza de la Catedral o la Casa del Deán Pallarinos -hoy Conservatorio de Música-, llevan su prestigiosa firma, así como parte del trazado del Campo San Francisco y otras muchas edificaciones hoy desaparecidas, como la casa de Concha Heres en la calle Toreno. También dirigió las obras del Campoamor, introduciendo modificaciones en el proyecto inicial y diseñó un buen número de villas en Llanes, Grado, Luarca, Cangas de Onís o Avilés, villas a las que despojó de la ostentación indiana imprimiendo en ellas «una tónica de gran elegancia, sencillez y calidad», además de su contribución a la modernización de la vivienda, De la Guardia influyó positivamente en la mejora de la normativa sanitaria y las condiciones de salubridad ciudadana.

l El Gijón del cambio de siglo. Miguel García de la Cruz (Gijón, 1874-1935)

será el autor de la gran renovación arquitectónica que se produce en Gijón en el cambio de siglo. Héctor Blanco González, doctor en Historia del Arte, le considera especialmente trascendente por tres razones: una amplia cronología de ejercicio, la concentración de su obra en su ciudad natal y su doble actividad municipal y privada. El resultado, indica Blanco, «es un catálogo de obra con más de millar y medio de intervenciones, muchas de las cuales influyeron notablemente en la configuración de los principales espacios públicos del Gijón anterior a la guerra civil». Su estrecha relación con Manuel del Busto se materializa en algunos proyectos conjuntos, como el pabellón del Casino de Gijón, en el paseo de Begoña. Autor de «La Gota de Leche», la Casa del Pueblo, la cárcel del Coto o la Pescadería Municipal, también será muy celebrada su adaptación del estadio El Molinón para la celebración del partido España-Italia en 1928. Su importante dedicación a las infraestructuras -alcantarillado, alumbrado, abastecimiento de aguas...- fue paralela al diseño de soberbios edificios de viviendas. Pero quizá su obra más relevante sea el trazado del Muro de San Lorenzo, para el que -adentrándose en el campo de creación de mobiliario urbano que también alcanzaría a farolas, bancos y placas de calles-, diseñó una balaustrada que se ha convertido en símbolo de la ciudad.

l Del eclecticismo al Movimiento Moderno. Manuel del Busto Delgado (Pinar del Río, Cuba, 1874-Gijón, 1948).

Desde el monumental Centro Asturiano de La Habana a la Casa Roja de la calle Independencia que admiró a Norman Foster durante una de sus visitas a Oviedo, la obra de Manuel del Busto es tan extensa -sólo en Gijón se registra más de medio millar de proyectos y reformas- como exquisita y contagiada por el cosmopolitismo del arquitecto, «uno de los más importantes de la primera mitad del siglo XX en España», destaca Mari Cruz Morales. El parque Dorado, las escuelas de Ciaño y el mercado de abastos de La Felguera, ya derribado, son fruto de su etapa como arquitecto municipal en Langreo. Casado con una gijonesa, su obra se expandirá desde su estudio en El Bibio a todos los rincones de Asturias «en forma de villas y palacetes, casa de pisos, mercados, edificios industriales y escolares, casas de banca, casinos, ayuntamientos o cines», sin desdeñar su contribución al arte religioso y funerario. Tras una estancia en Cuba y de regreso a Gijón, inicia una colaboración con su hijo Juan Manuel, contribuyendo juntos a la creación del Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias, León y Galicia. Desde sus inicios, Del Busto se interesó por las posibilidades formales y decorativas del modernismo; más tarde, a finales de la década de los treinta, se manifiesta contrario al Movimiento Moderno, pero sólo dos años después participa con entusiasmo en la difusión del racionalismo. Tras su fallecimiento, su hijo Juan seguirá su prestigiosa trayectoria.

l Entre Galicia y Asturias. Julio Galán Carvajal (Avilés, 1875-Oviedo, 1939)

ocupó la plaza de arquitecto municipal en Oviedo durante la segunda década del siglo XX y previamente fue arquitecto provincial en La Coruña, donde dejó un extenso legado. En la actualidad, señala Mari Cruz Morales, «la crítica arquitectónica y la bibliográfica coinciden en reivindicar su papel como el de uno de los más notables diseñadores de La Coruña modernista». Allí realizó, entre otras muchas obras, el Palacio de Justicia o la exquisita Casa Rey, en la plaza de María Pita. En Oviedo, firma el proyecto de la villa que fue Sanatorio Miñor -hoy sede de la Fundación Gustavo Bueno-, el Círculo Mercantil, en Marqués de Santa Cruz, en la que proyectó también la mayor parte de sus edificios, obras tan singulares como los Almacenes Masaveu en la calle Peso o la colonia del Marqués de San Feliz, para los trabajadores de la Fábrica de Armas. Numerosas villas del occidente asturiano llevan su firma.

l Arquitecto de un siglo. Enrique Rodríguez Bustelo (Noreña, 1885-Oviedo, 1983)

vivió casi cien años. Su longevidad, apunta Carmen Adams, profesora de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo, «convierte su ingente producción en un compendio de la arquitectura asturiana del siglo XX». Su obra alcanza «desde el eclecticismo de principios de la centuria con sus variantes historicistas, al regionalismo de la década de los veinte, en el que su protagonismo fue evidente, llegando a una sólida, aunque breve, asdcripción al Movimiento Moderno durante la Segunda República». Adams destaca que el arquitecto no será un mero constructor de edificios: «viajero incansable, erudito y apasionado historiador de la arquitectura, dedicará parte de su actividad al estudio y restauración monumental», sin olvidar su faceta de planificador urbano. Arquitecto municipal de Langreo entre 1915 y 1917, es autor de obras como el quiosco de música de Sama, los barrios obreros de Marqués de Urquijo y La Nalona, el panteón de la familia Duro o el Chalet de Figaredo. Entre 1926 y 1938 fue arquitecto municipal en Oviedo, compartiendo la responsabilidad con Francisco Casariego. Suyo es el proyecto de remodelación de la plaza de Alfonso II El Casto (1928-1930) para dotar a la Catedral de mejor perspectiva, lo que se tradujo en el derribo de las casas con soportales, casi pegadas a la fachada del templo, que no estuvo exento de polémica. Autor del edificio del Monte de Piedad y Caja de Ahorros, realizó también numerosas viviendas unifamiliares marcadas por los postulados del regionalismo. «Mención aparte», indica Adams, «corresponde a la Colonia Ladreda, levantada por Bustelo y Casariego como barrio de casas baratas promovido por el Ayuntamiento de Oviedo», así como el barrio de La Maruca en Avilés.

De su paso por lo decó y el Movimiento Moderno quedan obras como la Casa de Chile, en la confluencia de las calles Argüelles y Mendizábal en Oviedo o el diseño del barrio-jardín del Prao Picón. Numerosos templos asturianos, entre ellos el de San José de Gijón o el de Cangas de Onís, forman parte de su extensísima producción.

l La identificación con el Movimiento Moderno. José Avelino Díaz y Fernández Omaña (Oviedo, 1889-Gijón, 1964)

es uno de los arquitectos que mejor representa la introducción en Asturias de la llamada Arquitectura Moderna, apuntan los historiadores Ramón García Avello y José Fernando González Romero.

De su paso como arquitecto municipal en Mieres -también lo fue en Gijón- figuran obras como la vivienda de Victoriano Menéndez, entre las calles Numa Guilhou y Carreño Miranda o el Grupo Escolar Aniceto Sela. Como prueba de su identificación con el Movimiento Moderno, quedan La Escalerona de la playa de San Lorenzo, la Fundación Honesto Batalón en Gijón o el Instituto Alfonso II en Oviedo.

l El arquitecto restaurador. Luis Menéndez Pidal (Oviedo, 1893-1975)

realizó, durante sus más de cincuenta y cinco años de ejercicio, unas doscientas intervenciones en otros tantos edificios de diversos lugares de España, dice Ana María Fernández, profesora de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo. La primera en Asturias fue sin duda significativa: la restauración del palacio prerrománico de Santa María del Naranco, cuyos trabajos se prolongarán hasta 1934. Era, relata Fernández, «un hombre culto, de genio airado, metódico y pertinaz en sus posicionamientos, enfrentándose a Joaquín Manzanares en la diatriba sobre la iglesia de Bendones (...) o replicando a Franco cuando éste le sugirió dar más urgencia a las obras del Santuario de Covadonga».

l El renovador. Joaquín Ortiz García (Valladolid, 1899-Ribadesella, 1983)

fue nombrado en 1929 arquitecto del Ayuntamiento de Llanes, concejo en el que se casó, se afincó y al que está vinculada gran parte de su obra -aunque también a Gijón-, con edificios como el de la Rula, el Borinquen o el desaparecido hangar de la Cuesta de Cue. Higinio del Río, director de la Casa de Cultura de Llanes, dice que Ortiz «es modernidad». Fue un decidido renovador de la vivienda unifamiliar, de la que dejó interesantísimos ejemplos, entre ellos el chalé de José de la Vega Thaliny o el de Francisco Sordo.