Oviedo

Oviedo

Oviedo, Eduardo GARCÍA

Punta Arenas tiene algo de fin del mundo, una tierra en medio de dos océanos, con los hielos cerca. Y todo un continente a sus espaldas. Hoy sigue siendo un paraje duro, abierto a los vientos y lejos de casi todo. En 1875, fecha en que llegó el avilesino de Miranda José Menéndez, Punta Arenas era un penal, una pequeña colonia de pioneros portugueses, ingleses, alemanes, lituanos... una iglesia, un cuartel. Mal lugar para vivir. Pero aquella inmensidad en mitad de ninguna parte fue la elegida por Menéndez para llevar a cabo un sueño sorprendente y a veces dramático.

La TPA ha emitido recientemente un documental de la Productora de Programas del Principado, dirigido por el periodista Fernando Miranda, sobre la vida de José Menéndez, el «rey de la Patagonia», uno de los casos más singulares de la emigración astur de todos los tiempos. La historia de un joven que eligió el más difícil de los escenarios para montar el más gigantesco de los imperios económicos en esa zona fronteriza entre Argentina y Chile: la Tierra de Fuego. Miranda recorrió la región de Magallanes en busca de la memoria de José Menéndez, completando una historia hasta ahora contada a retazos. Menéndez llegó a tener más de un millón de cabezas de ganado ovino, y una red de negocios con sucursales en toda la Patagonia. Sus descendientes siguen manteniendo actividades mercantiles, en Buenos Aires y en las llanuras de Tierra de Fuego, con el ganado. El historiador chileno Mateo Martinic, Premio Nacional de Historia Chilena, habla de «un emporio de civilización que traspasó fronteras, la proyección de la obra de Menéndez tuvo carácter continental».

La historia, como la mayor parte de las historias, tuvo en sus inicios algo de casualidad. Menéndez había iniciado su aventura migratoria en Cuba para pasar después a Buenos Aires, donde trabajaba como tenedor de libros en dos almacenes de efectos navales. Lo envían a Punta Arenas a cobrar una deuda imposible. El moroso se llamaba Luis Piedrabuena, que le contestó que, si quería el negocio, ahí estaba. Martinic, en declaraciones a la Productora de Programas, asegura que «la deuda no pudo ser cobrada, pero Menéndez, con ojo de águila, vio perspectivas, asumió el pago, se asoció con Piedrabuena, que tenía un negocio miserable y en dos años ya estaba trabajando solo».

Mauricio Quercia, director del museo Magallanes, en Punta Arenas, cuya sede se ubica en la antigua mansión de los Menéndez, que se conserva tal cual, asegura que el rey de la Patagonia «llega a una región deshabitada, desconocida e inclemente, y ve en este paisaje estéril la posibilidad de futuro».

El futuro estaba en las inmensas extensiones de pasto y también en la mar, en un momento en que aún no existía el canal de Panamá. Menéndez abre un almacén de ramos generales especializado en el naval, y entra en competencia feroz con el alemán Braun, guerra incruenta que acaba cuando Braun se casa con una hija del asturiano. Llegaba una nueva era con los primeros barcos a vapor. El primero en Punta Arenas es el «Amadeo», propiedad de José Menéndez. Después llegarían muchos más, todos con una característica común: sus nombres siempre empezaban por la letra «A» en homenaje a Avilés y a Asturias.

«Tenía un gran amor hacia Chile» -dice Mauricio Quercia- «pero nunca dejó de ser español». Llega a regalar a Alfonso XIII un millón de hectáreas en el norte de África. En su testamento se recogen diversas ayudas a su tierra natal y a las escuelas de Miranda. Una moneda de oro iba destinada cada año al mejor estudiante, y en un curso la moneda se la llevó un escolar que redactaba como los ángeles y que pasó a la historia de la literatura española como Alejandro Casona.

¿Cómo era José Menéndez? El periodista Fernando Miranda ha recogido testimonios y recuerdos sobre el terreno: un tipo brillante, muy personalista, obsesionado con la educación, que sabía mucho de arte, con facilidad para los idiomas, robusto, recio, enérgico, a veces con malas pulgas. Y, sobre todo, valiente. Apenas unos meses después de su llegada a Punta Arenas, y cuando él se encontraba ausente por motivo de negocios, la ciudad es saqueada e incendiada en un motín. La revista «Argentina Austral», en junio de 1943, publica un monográfico sobre José Menéndez a los treinta años de su muerte, que incluye un texto sobre Asturias de Ramón Pérez de Ayala. Así cuenta «Argentina Austral» los sucesos de noviembre de 1877: «Es una orgía de sangre y alcohol que dura tres días. Cuarteles, almacenes y viviendas son saqueados e incendiados. Cincuenta y dos personas perdieron la vida», y entre los heridos figuraba María Beheti, la esposa de Menéndez, quien salva su vida huyendo al bosque. El matrimonio tenía tres hijos; la pequeña, de 9 meses, muere poco tiempo después a resultas del frío. Cuando Menéndez regresa, no duda en comenzar de nuevo. No se equivoca.

Menéndez construye en Punta Arenas un teatro de la ópera. Aquel hombre con iniciativas culturales tiene, sin embargo, su leyenda negra como parte activa de la extinción de los indios de Tierra de Fuego. Hubo enfrentamiento y usurpación del territorio por parte de los colonos, pero parece excesivo el papel de instigador y financiador de matanzas.

Sus negocios llegaron hasta Río Gallegos, donde hoy funciona el centro asturiano más austral del mundo, con 80 socios. Río Gallegos fue colonizado por asturianos, sobre todo provenientes de las cuencas. Faustino Palicio, Eduardo Fernández, Néstor Gallardo, Josefina González, Flora y Manuel Rodríguez... Son descendientes del gran proyecto de Menéndez. Un bisnieto suyo, Alfonso Campos, mantiene la tradición ganadera: «Lo de mi abuelo fue un desafío inmenso. Fue una vida en mitad de ninguna parte, en tierra maldita». El pasado jueves se cumplieron 90 años de la muerte de José Menéndez, a quien Fernando Miranda lo define con una frase hermosa: «Pionero de la última frontera. La frontera del sur del Sur».