El director del Observatorio Vaticano, el jesuita José Gabriel Funes, acaba de exponer en entrevista con «L'Osservatore Romano» -diario oficioso de la Santa Sede- la posibilidad de que exista vida inteligente extraterrestre no contradictoria con la fe en Dios.

Pudiera ser que no resulte contradictorio y, sin embargo, desde hace una o dos décadas, la pregunta por la vida compleja fuera de la Tierra ha dejado de ser una simple especulación para convertirse en uno de los elementos de los postulados del diseño inteligente y del ajuste fino del Universo, que afirman que sólo nuestro planeta reúne las condiciones para la existencia de vida inteligente.

En su versión más reciente, estos postulados han adoptado el enunciado de «El planeta privilegiado», libro homónimo (2006) de Guillermo González y Jay Richards, contra el que argumenta Victor Stenger en su «¿Existe Dios? El gran enigma» (2008).

Del contraste entre ambas obras, se deducen dos argumentos. Uno: que el Universo es desfavorable para vida compleja e inteligente, pero ésta existe en la Tierra (luego, según los científicos teístas, algo ha causado esta anomalía terráquea -¿Dios?-). Dos: que el Universo es favorable para la vida compleja e inteligente, aunque sea en una mínima porción de éste, pero aún no hemos descubierto nada de eso fuera del Tierra (luego algo especial, remachan los teístas, ha sucedido aquí -¿Dios de nuevo?-). La combinación de ambos argumentos puede ser elevada a antinomia de la razón, que es lo que viene a intentar Stenger. Según él, los partidarios de una «Tierra rara» aseguran que la órbita de la Tierra alrededor de una estrella estable como el Sol, más una Luna cercana, estabilizadora del eje de rotación del planeta; más la existencia de planetas gigantes en el Sistema Solar, que también estabilizan la órbita de la Tierra, a la vez que la protegen de impactos masivos de cometas y asteroides; más la existencia, no obstante, de catástrofes esporádicas por colisión de objetos extraterráqueos, o por la dinámica de las placas tectónicas; más la existencia de elementos químicos pesados -metalicidad alta-; más la radiación baja..., todo ello, dicen, ha sido propicio para el desarrollo del vida hasta llegar a formas inteligentes, inexistentes en otros lugares del Universo.

La antinomia comienza cuando Stenger sugiere que esto viene a ser un razonamiento circular: si habitamos este planeta tan adecuado es porque hemos evolucionado adaptándonos a él, para sobrevivir bajo estas condiciones específicas. Y la afirmación imposible sobre existencia o no de vida compleja extraterrestre ni privilegia ni importuna a la Tierra.