Oviedo, P. R.

No hace tantos años, cuando Letizia Ortiz Rocasolano trabajaba como periodista en la CNN y entraba a las cinco de la mañana, el editor solía cogerle la mano y le decía: «Qué temprano se levanta mi reina». No sabía hasta qué punto estaba siendo profético. Han pasado cuatro años y medio desde aquel 30 de octubre de 2003, viernes, en el que Letizia Ortiz presentaba, junto a Alfredo Urdaci, su último telediario en la Primera de TVE. Hay un antes y un después de esa noche en la vida de la periodista ovetense. Letizia tenía 31 años, se estaba convirtiendo en una profesional mediática, pertenecía a una familia de clase media y era divorciada. El pasado 22 de mayo, jueves, se cumplieron cuatro años de su boda con Felipe de Borbón en la catedral de la Almudena de Madrid. Letizia ya no es una principiante, ha entrado en el traje de princesa y no hay duda de que luce como tal, sobre todo cuando viste de rojo. Es el color de su entronización a la nómina de la gran familia real europea -su modelo de Lorenzo Caprile en la boda de Joaquín de Dinamarca ya forma parte de su biografía fotográfica- y el que más la favorece. Ha asegurado la sucesión dinástica con dos niñas, Leonor y Sofía, tras dos problemáticos embarazos y dos cesáreas. El matrimonio, cómplice y unido, no descarta aumentar la familia.

De puertas para afuera -es decir, en su papel de princesa- doña Letizia es disciplinada. Quienes la conocen bien saben que ha trabajado desde el primer día que pisó el complejo de la Zarzuela para cumplir bien un papel sobre el que no hay nada escrito. Perfeccionista hasta la exageración, en aquellos primeros meses era frecuente verla con una libreta y un bolígrafo tomando notas. Ha renunciado a su inicial espontaneidad y expresividad, se ha acostumbrado a su papel público y sólo de vez en cuando la traicionan sus ojos o sus gestos. Es frecuente que en los actos oficiales se apoye en el brazo de don Felipe o busque su mano. Su presencia hace aumentar espectacularmente el número de periodistas acreditados. Como buena periodista, observa, escucha y pregunta. Dicen que su cercanía y espontaneidad es mayor en los actos que protagoniza sola. Este mes estrenó agenda propia en un viaje internacional y, en España, ha salido airosa de todos los que presidió sin el Príncipe.

De puertas adentro -es decir, en su residencia de la Zarzuela-, Letizia es, sobre todo, madre trabajadora y esposa. Hija, tía y hermana cálida. Y muy amiga de los suyos de siempre. Mantiene el contacto continuo con su familia y amigos, está pendiente de sus problemas. Es habitual que hable por teléfono con ellos o envíe SMS. Continua madrugando. El despertador suena a las siete de la mañana. Leonor entra en la guardería a las ocho y los Príncipes suelen acompañarla. En el entorno familiar se dice que la primogénita de los Príncipes tiene un carácter más parecido a Felipe -«es muy buena y traviesa», aseguran- y Sofía tiene el genio de mamá. Las niñas comen y duermen muy bien, disfrutan de una salud excelente. La feliz madre suele presumir de que no han tenido ni un catarro. La Princesa lleva personalmente la administración de la casa y está muy al tanto de la cesta de la compra. No le gusta derrochar. Recicla ropa, bolsos y zapatos. Y ella misma supervisa el vestuario de cada uno de sus viajes.

Sobre las nueve de la mañana, los Príncipes y su equipo de colaboradores inician su trabajo institucional. La lectura de la prensa e internet son dos de las primeras actividades de ambos. Letizia está muy atenta a la actualidad. «Ha hecho un gran esfuerzo por integrarse y lo ha conseguido. Es amable y cercana con el personal de la Casa del Rey, conoce a la mayoría por su nombre y se interesa por sus asuntos personales», señalan en su entorno.

Su marido, el Príncipe, ha sido su principal apoyo. También la Reina. Los dos primeros años no fueron fáciles. Rumores, críticas, rechazos. Le dolieron especialmente los bulos sobre la pequeña Leonor. Pero nada tan duro como la trágica muerte de su hermana pequeña, Érika, en febrero de 2007, en la que Letizia supo conjugar a la perfección su dolor y su condición de princesa. Los funerales por las víctimas de atentados terroristas o aquella visita a los heridos en los atentados del 11 de marzo de 2004, cuando todavía era novia del Príncipe, son otros de los momentos de profunda tristeza en su oficio.

Ha dejado de venir con tanta frecuencia a su Asturias natal, sobre todo a la casa que su abuela paterna, Menchu Álvarez del Valle, tiene en Sardéu (Ribadesella) y que el matrimonio principesco tanto frecuentó en los dos primeros años de relación. Leonor ya la conoce porque realizó al menos un viaje con sus padres que no habría trascendido si Felipe de Borbón no se hubiera detenido en una gasolinera, en Llanes, a cargar combustible para el automóvil que conducía él mismo. No resulta sencillo escaparse. Pero Letizia sigue día a día la actualidad del Principado a través de los periódicos. Hija predilecta de Oviedo e hija adoptiva de Ribadesella -títulos que recogió el pasado año-, junto a don Felipe está muy pendiente de todo lo relacionado con la Fundación Príncipe de Asturias. Como periodista de TVE, informó de varias ceremonias, y su noviazgo trascendió, precisamente, en la edición de 2003. La Princesa sólo ha faltado a una de las entregas de premios desde su matrimonio, a causa de su primer embarazo, y asiste todos los meses de junio a la reunión, en el palacio de El Pardo, con los patronos de la institución. Dicen que disfruta especialmente en los actos, tanto en los que se celebran en Oviedo como en los del «Pueblo Ejemplar».