Oviedo, Eduardo GARCÍA

San Miguel de Lillo, una de las joyas del Prerrománico asturiano y Patrimonio de la Humanidad, es una ruina. El interior de uno de los emblemas del Principado se encuentra en una fase de deterioro que sorprende e irrita a los numerosos visitantes que se acercan a la iglesia erigida por Ramiro I a mediados del siglo IX. Desconchados por todas partes, paredes que chorrean humedad y unas pinturas, consideradas por los expertos como vitales (las primeras figuras humanas del Prerrománico), en estado terminal. El profesor de Historia del Arte Lorenzo Arias asegura que las pinturas «no se han tocado desde que las documentó Amador de los Ríos hacia 1874». Arias pide con urgencia «que los expertos emitan un diagnóstico. Esas pinturas marcan un hito» pero hoy están cubiertas de humedad y, en algunos casos, de telarañas. Resulta especialmente significativa la situación del famoso músico, en uno de los laterales del templo, a unos siete metros de altura. «Lo de esta figura es de un S.O.S. dramático. Cualquier día se cae y se hace añicos. Es como si estuviera tocando su última canción».

Y, mientras tanto, los planes de rehabilitación del Prerrománico duermen el sueño de los justos en algún cajón de la Administración. Los visitantes no salen de su asombro. En los últimos años San Miguel de Lillo fue objeto de restauraciones puntuales. La reparación de las cubiertas, por ejemplo, es de principios de los noventa, a cargo de César García de Castro, con resultados magníficos. La última actuación corrió a cargo del arquitecto Fernando Nanclares.