Oviedo, Pablo ÁLVAREZ

Carlos López Otín (Sabiñánigo, Huesca, 1958) fue galardonado el pasado jueves con el Premio Nacional de Biología. Con esta distinción, el Ministerio de Ciencia e Innovación reconoce algunas de las principales contribuciones del catedrático de Biología Molecular de la Universidad de Oviedo. En particular, el descubrimiento y caracterización de proteínas implicadas en el cáncer y el envejecimiento. Las líneas que siguen resumen lo que podría denominarse el «diccionario básico» de la personalidad y las investigaciones del profesor Otín.

l Asturias. ¿Por qué está Otín en Asturias? ¿Por qué este aragonés continúa en el Principado cuando ha recibido ofertas para trabajar en universidades y centros científicos con muchos más recursos humanos y técnicos, y multiplicando varias veces sus ingresos? La primera respuesta está en su familia: casado con la avilesina -y también científica- Gloria Velasco, esta vinculación resultó determinante en su búsqueda de estabilidad profesional tras unos años de estudio y trabajo en Madrid. Ordinariamente residen en Salinas, en primera línea de playa, un lugar que le proporciona la serenidad vital que siempre ha ambicionado. Le gustan los espacios de dimensión humana y de relación directa y cordial. Sólo acude a eventos sociales cuando se siente obligado (casi nunca).

l Austeridad. Carlos López Otín trabaja muchas horas al día. Madruga (mucho), pasa largas horas en el laboratorio y se acuesta tarde. Da clases y conferencias, investiga, lee abundante literatura científica y atiende innumerables llamadas y consultas. Conoce al detalle lo que está haciendo cada uno de sus veinte colaboradores. Es relativamente frecuente que no coma al mediodía.

l Cáncer. A Otín le gustan los grandes desafíos, los problemas complejos. Una enfermedad: el cáncer. Una condena: el envejecimiento. Un misterio: la evolución humana. He aquí los tres grandes epígrafes a los que ha dedicado la mayor parte de sus investigaciones. No es vedettismo científico: en su cosmovisión, entre estos tres asuntos existen profundas vinculaciones.

l Degradoma. Es un término creado por Otín y su grupo, y que actualmente es manejado por científicos del todo el mundo. Está constituido por la porción del genoma que construye proteasas, codificadas por más de 600 genes. El equipo de Otín descubrió que una mutación en una sola de estas proteasas generaba un proceso de envejecimiento acelerado.

l Disponibilidad. Pese a sus muchas ocupaciones, Otín atiende a todos por igual. A los más relevantes científicos del mundo, a los dirigentes de la Fundación Botín, a una señora que viene a pedirle orientación sobre una hija que padece un tumor o a unos vecinos de Naveces (Castrillón) que le invitan a dar una charla en el pueblo (compromiso que cumple ante dos decenas de lugareños en un escenario radicalmente desprovisto de oropeles). Escucha sin prisas. Da importancia a todos los detalles. Se acuerda de todo. Es un extraordinario comunicador.

l Envejecimiento. El científico asturiano ha diseñado un tratamiento capaz de aumentar en un 80 por ciento la longevidad de ratones aquejados por progeria, un síndrome que en los seres humanos, y bajo el nombre «Hutchinson-Gilford», se traduce en una esperanza de vida inferior a veinte años. Este avance ya ha comenzado a aplicarse en humanos. Un editorial de la prestigiosa revista «Nature Medicine» calificó este avance como «un hito en el camino hacia el tratamiento del envejecimiento acelerado».

l Factor H. López Otín suma cerca de 200 artículos publicados en revistas internacionales, pero 61 de ellos han sido citados en al menos 61 ocasiones por otros científicos. Por lo tanto, su «factor h» -uno de los indicadores de moda en la medición de la productividad científica- es 61, el mayor de los acumulados en España en su ámbito científico, y muy superior al de cualquier otro investigador asturiano.

l Genomas. Son los mapas de la vida. Los diccionarios que definen la composición biológica de las especies. «Las claves para entender la vida y la enfermedad humanas están escritas en los genes y en la forma en que el genoma (conjunto de todos los genes) dialoga con el entorno», explica Otín, quien ha contribuido de forma sustancial a la secuenciación del genoma humano y de los genomas del ratón, la rata, el chimpancé y el ornitorrinco. Su presencia en estas investigaciones atestiguan la competitividad de Otín y su equipo a nivel mundial.

l Humano. Sostiene Otín que lo que diferencia al ser humano del resto de los animales es «que tenemos más capacidad de enriquecer los mensajes que llevamos escritos en nuestro genoma, de regular esta información de una forma más rica, generando diversidad continuamente». Según sus vaticinios, «nuestros 20.000 genes codificantes sintetizan en torno a un millón de proteínas».

l Política. A Otín no le interesa la política. Tiene sus propias ideas sobre lo que es individual y socialmente relevante, y no tiene la sensación de que la política responda prioritariamente a estas demandas. No dora la píldora a los políticos. Más bien tiende a cantarles las cuarenta. Eso sí, sin acritud y ciñéndose a cuestiones estrictamente científicas. No le gusta lo que divide a las personas ni ninguna faceta humana en la que la apariencia prevalece sobre la realidad. Seguramente no ha empleado demasiado tiempo en autoubicarse ideológicamente. Sus puntos de vista son moderados, pero siempre beligerantes con los desequilibrios sociales.

l Severo Ochoa. Es un referente para Otín. Se conocieron cuando éste comenzó a trabajar en el Centro de Biología Molecular que lleva el nombre del Nobel luarqués, en Madrid. Si bien llegaron a mantener algunas conversaciones sobre determinados experimentos, no se considera discípulo suyo. El maestro más reconocido por el catedrático asturiano es el virólogo Eladio Viñuela (marido de Margarita Salas, ya fallecido).

l Vida. Carlos López Otín es un fascinado testigo de cómo la vida se crea, se desarrolla, se preserva y se destruye. «Cuando se comparan genomas, se observa que construir la vida es muy complicado: exige que todos los genes aporten. En cambio, destruirla es muy fácil: basta con alterar uno o unos pocos genes», señala.