El teatro Jovellanos acogió el jueves un espectáculo de la coreógrafa Eva María Garrido, más conocida por Eva Yerbabuena. Se presentaba «El huso de la memoria», una obra muy personal que no supone su más reciente creación (siendo esta santo y seña). Es de 2006, año en el que fue galardonada con dos premios «Max» de las Artes Escénicas por su anterior trabajo «A cuatro voces». Jugando con una cierta poesía de lo metafísico, esta compañía especializada en la danza flamenca (no sólo en cuanto a baile sino también en el aspecto más musical) construye una propuesta de interpretación abierta, muy sugerente y con muchos matices a descubrir en su interior.

Eva Yerbabuena apela a los sentidos como el mejor medio para desentramar su interesante entramado. Lo suyo es el encuentro entre los registros más clásicos y ciertas pizcas de contemporaneidad (con mucho sentido del humor y muy alejadas de la intelectualidad). Con una alternancia de números de conjunto y fragmentos a solo, se fueron sucediendo diversos episodios en los que la interacción con la música fue más que palpable, convergiendo en un único lenguaje plagado de virtuosismo y expresividad (aunque también fueron muy destacados aquellos pasajes en los que el silencio era el único contexto homogeneizador). Todo se mezclaba en la escena, separándose tan sólo ambos mundos por una translúcida tela. A pesar de ello, en numerosas ocasiones los propios cantaores formaron parte del discurso coreográfico, como una banda sonora en movimiento que acompañaba las motivaciones de los propios bailarines. No hubo mejor muestra de esto último que el sobrecogedor y minimalista final de la obra, bajo una cuidada iluminación y que venía a cerrar con placidez todo el despliegue y la fuerza de las intervenciones anteriores. Una gran ovación recibió, posteriormente, a toda la compañía por parte del numeroso público del teatro. Y fue bien merecida, por otro lado.

Nada mejor que las propias palabras de Eva, para concluir: «Sencillamente, me dejaré llevar por las pequeñas cosas que con tanto amor protejo, haciendo partícipe a todo aquel que me conoce no sólo como artista y que, al fin y al cabo, han creado muchos de los valores que los desconocidos reconocen en mí».