En los cincuenta surgió un fenómeno desconocido: las «teen-movies» («películas para adolescentes»). Nunca antes esa franja de seres humanos había poseído el suficiente dinero como para, primero, definirse como tal («adolescente», esa reciente construcción) y, segundo, poder acudir al cine. De ahí que pioneros (con toda la intención utilizo esta palabra) norteamericanos (William Castle, Roger Corman,?) aprovechasen la oportunidad y facturasen (con toda la intención utilizo esta palabra) productos adecuados a un público virgen: baratijas de terror, de aventuras, de rebeldes,? al servicio de programas dobles y de emociones nuevas.

Trasmutando los años y la audiencia (ha cambiado el presupuesto, han cambiado los cines, ha cambiado la capacidad de sorpresa), «Presencias extrañas» trata de ejercitar un juego de sustos e intrigas apoyado en una serie de actores jóvenes y alguna presencia respetable (David Straithaim). Como ya hizo «Disturbia» con «La ventana indiscreta», este filme trata de triturar elementos de miedos hiperconocidos con intérpretes salados, formando una masa lo suficientemente digerible en los estómagos poco ejercitados de los chiquillos que vayan a verla. Al resto de personal ni siquiera la lozana Elisabeth Banks, ni siquiera las vueltas de su tramposo final, nos servirían si intentamos recordarla.