Oviedo, J. B. / R. M.

Sonaba un bello set acústico, a base de guitarra, «percusión a la guitarra», acordeón y con Marta Fernández mostrando sus pasos de baile. Manolo García estaba sentado en una silla, pero su energía le hacía despegarse del asiento. Ocurría este momento entrando en la mitad de la sesión. Fue un poco de pausa a una noche que ya quería encenderse desde el principio. Había palmas, pero había aún más palmas contenidas cuando se oía, minutos atrás, aquello de «¿Quién eres tú?». Y es que el cantante era recibido a golpe de gritos, con exclamaciones como «¡grande!», ovaciones y otros vítores. Sí, en esos momentos había esa marcha que contienen los asientos. Pero tras el set acústico comenzó el goteo de la historia de Manolo García, de símbolos de su carrera que, definitivamente, rompieron el dique de las butacas.

Todo el mundo hizo su «Insurrección» y todo el mundo cantó a los cuatro vientos «Somos levedad». Para entonces, el cantante catalán estaba encaramado a una silla, de la que subía y bajaba para agitar una barra cargada de cintas. La fiesta de Manolo García ya era imparable y el personal invadió pasillos centrales y laterales para bailar, cantar y aplaudir.

Y a tanto éxito, a tan buen gusto escénico en la decoración, con una banda muy sólida que hizo retumbar la moqueta -además de unos momentos coreográficos muy vanguardistas-, hay que sumar esa naturalidad del cantante, que agradeció a Oviedo el recibimiento, se acordó de los «amigos» que venían de otros sitios y, para que no faltase de nada, sigue con esa sana costumbre de la cercanía con el público. Eso lo hace desde el escenario con su derroche y sus saludos constantes o con sus «ascensos» a monitores y silla para simular que toca la guitarra y, cómo no, con su habitual paseo entre la gente.

Porque Manolo García se las ha arreglado toda su vida para combinar eso de ser un estrellón de la escena musical española con la proximidad con su gente (esa «gente que me saluda por la calle», dijo). Si a tal categoría se le suma un repertorio extenso, un repertorio cuyas canciones son tarareadas de memoria por sus fieles o señaladas con gestos muy directos (en la primera fila aguardaba un fan con una rosa a la espera de «Rosa de Alejandría»), no hay otro resultado que el triunfo.