Oviedo, E. F.-P.

Parece ser, según contó ayer el profesor de Inglés de la Universidad de Oviedo Juan Tazón, que mientras Galileo daba vueltas al funcionamiento de su primer telescopio, William Shakespeare andaba escribiendo versos de amor. En 1609 Galileo presentó su ingenio y los sonetos de amor de Shakespeare se publicaban.

La trascendencia de ambas aportaciones, una para la ciencia y la otra para la literatura y el pensamiento, es indudable. La fuerza evocadora de los poemas de Shakespeare se mantiene intacta y emociona cuando concentra sus versos en el paso del tiempo, la muerte y la fragilidad del amor. Quedó demostrado ayer en la biblioteca de Humanidades con la lectura poética en homenaje al autor inglés, que organizó, coincidiendo con el fallo del premio de Poesía «Emilio Alarcos», la Cátedra que dirige Josefina Martínez, viuda de Alarcos.

Los miembros del jurado del «Alarcos» ofrecieron un recital distendido, que comenzó con unas palabras de reconocimiento por parte del vicerrector de Extensión Universitaria, José Antonio Ceccini, al desaparecido académico, «uno de los profesores más importantes de esta Universidad». Luego, el decano de Filología, Enrique del Teso, dirigió sus elogios a Josefina Martínez, por su trabajo al frente de la Cátedra que recuerda a su marido. Martínez encomendó a cada uno de sus invitados la lectura de tres poemas: uno de los sonetos de Shakespeare, otro de amor de un autor de su elección y por último uno propio, y así García Martín se reconcilió con Vicente Aleixandre, del que confesó haber renegado en su juventud, recitando sus versos; García Montero y la catedrática Ana Luque eligieron a Alberti y Antonio Carbajal; Josefina Martínez, a Lorca y a Alarcos y Brines se decantó por los clásicos, por el «polvo enamorado» de Quevedo y «el cielo en un infierno» de Lope.