Más allá de la duda es una película de corrupción, juicios, periodismo y ambiciones, tan previsible como olvidable, en la que usan de gancho la presencia de Michael Douglas, que no pasa de ser anecdótica aunque la historia gire en torno a su personaje. Un filme cuya debilidad queda aún más patente si se tiene en cuenta que es un remake de la estupenda «Más allá de la duda», del maestro Fritz Lang, y con un Dana Andrews en estado de gracia y absolutamente incomparable con el protagonista de la nueva versión, Jesse Metcalfe.

Metcalfe retoma el papel de Andrews, el de un ambicioso periodista que busca el reportaje de su vida poniendo en tela de juicio el sistema judicial y las condenas a muerte.

El principal objetivo de Metcalfe es desenmascarar a un fiscal corrupto responsable directo de falsear las pruebas necesarias para condenar a muerte a inocentes por delitos de los que no son responsables. Y para lograrlo, no se le ocurre otra cosa que autoinculparse de un delito que no ha cometido, con la ayuda de un amigo. Está claro desde el primer momento que nada va a salir como estaba planeado. Y si en el original de Lang ésa era una de las fortalezas de la historia, en este remake dirigido por Peter Hyams es precisamente su mayor debilidad. Porque una vez que está claro que las cosas se van a torcer, el guión (firmado por Hyams) no sabe sacar provecho de la situación y, en lugar de apostar por una tensión «in crescendo», opta por un desarrollo lineal y aburrido que se pierde en detalles insustanciales para luego acelerarse, impaciente de llegar al típico doble final hollywoodiense.

Metcalfe aporta poco más que su cara bonita y Douglas no dispone ni del tiempo ni del papel necesario para lucirse. Ni siquiera se sostiene la crítica al sistema judicial y policial, que muestra como una sucesión de estereotipos de las peores series de televisión.