Oviedo,

Luis M. ALONSO / Agencias

Walter Cronkite, el periodista y locutor que mayor confianza inspiraba a los norteamericanos, murió a los 92 años tras una larga enfermedad, aquejado en los últimos días de un grave problema cardiovascular. A Cronkite le cabía el orgullo de haber informado de algunos de los hechos más destacados de la historia de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX: la llegada del hombre a la Luna, hace ahora 40 años; el asesinato de Martin Luther King, el magnicidio de Dallas y la guerra de Vietnam. Sus compatriotas recordarán siempre el emocionante momento en que interrumpió un popular programa de televisión para reclamar una cámara y dar en directo, con el rigor acostumbrado y la mayor emotividad, la noticia del atentado que le costaría la vida a John F. Kennedy.

El «tío Walter» se mantuvo durante 19 años al frente del informativo de las siete de la tarde de la CBS y se retiró en 1981 sin haber dejado de encabezar la lista de la audiencia una sola semana. Suya es la frase «And that's the way it is» («Y así son las cosas») con la que cerraba su intervención hasta el día siguiente. Maestro de varias generaciones de periodistas, también le pertenece el estilo pausado con que se dirigía a los telespectadores -las famosas 124 palabras por minuto-, la voz firme y profunda, la veracidad en la narración de la noticia y la cercanía al público, que le convirtieron en el modelo más imitado de «anchorman».

Cronkite transmitía tranquilidad a los telespectadores. Era la voz de la verdad y cuando algunos se atrevieron a poner en duda si el hombre había llegado realmente a la Luna, el mejor argumento contra los escépticos era que el acontecimiento lo había narrado un locutor incapaz de contar lo que no había sucedido. Durante la guerra de Vietnam se convirtió en la conciencia nacional y en un quebradero de cabeza para el presidente Lyndon B. Johnson, que acuñó una frase para la posteridad: «Si pierdo a Cronkite perderé la confianza de la clase media». Pero «tío Walter», que tenía una fe ciega en la independencia y en la ecuanimidad, siguió metiendo diariamente en los hogares las crudas imágenes de un conflicto que devolvía a casa a cientos de soldados en bolsas. Por ese motivo, el legendario periodista se enfrentaba a la verdad oficial negando que la victoria sobre el vietcong se encontrase próxima. «Decir que estamos cerca de la victoria es creer, ante la evidencia de los hechos, que los optimistas estaban equivocados», pronunció en uno de aquellos editoriales donde la palabra se compaginaba con la imagen haciendo de la televisión el mejor uso.

Es posible que en Estados Unidos la muerte del hombre de las noticias del siglo XX haya arrancado más de un sollozo, de la misma manera que Cronkite se conmovió el fatídico día de Dallas en que tuvo que informar sobre el atentado de Kennedy. Estados Unidos lloró entonces abiertamente al mismo tiempo que él se quitaba brevemente las gafas para evitar que se le empañasen los cristales y seguir adelante con los crudos datos de la horrible verdad.

Ha muerto un periodista incomparable. Pero como dijo otro grande del oficio, su tocayo Walter Lippman, «la vida es un proceso irrepetible y por esa misma razón el futuro no puede ser una repetición del pasado». Así son las cosas.