Sidney (Australia), Agencias

«Soy Christian Rossiter y quisiera morir. Soy prisionero de mi propio cuerpo. No me puedo mover». Un tetrapléjico australiano, de 49 años, realizó la pasada semana esta declaración ante el tribunal que debía fallar sobre su petición de eutanasia. Ayer, la corte falló a su favor. Rossiter verá cumplido su deseo. El Tribunal Supremo del estado de Australia Occidental decidió que los responsables del asilo en el que vive podrán dejar de alimentarlo y no se enfrentarán por ello a cargos penales.

El juez, Wayne Martín, dictaminó que Rossiter tiene el derecho a decidir sobre su tratamiento, y la comida y el agua «no deberían serle administrados contra su voluntad». «No se trata de eutanasia», subrayó el juez, que consideró que el demandante, que no está moribundo, tiene una capacidad mental plena para decidir sobre la interrupción de su tratamiento.

«Es reconfortante saber que cuando dices que te vas a dejar morir de hambre, nadie va a venir durante la noche, cuando estás inconsciente, para mantenerte vivo para sufrir un poco más», declaró Rossiter.

Su abogado, John Hammond, afirmó que ha abierto «una puerta para la gente que quiere morir dejando de alimentarse. Sienta un precedente gracias al cual la gente podrá rechazar fácilmente un tratamiento médico», añadió.

A través de una declaración leída por su abogado, Rossiter manifestó que no puede hacer sus «funciones humanas más básicas» como secarse las lágrimas. El tetrapléjico, que en las últimas semanas ha concedido numerosas entrevistas a los medios locales, se define como un hombre activo, un «escalador» atrapado en un cuerpo inmóvil.

La semana pasada, Rossinter, que describió su existencia como «un infierno en vida», declaró que era incapaz de sonarse la nariz. «No tengo miedo a la muerte, sólo al dolor», agregó.

Y, refiriéndose a su situación, añadió: «Creo que los tetrapléjicos deberían ser autorizados a ejercer su libertad de elección; y la mía es morir».

Christian Rossiter quedó tetrapléjico después de sufrir dos accidentes. En el primero, cayó de un edificio desde 30 metros de altura y, en el segundo, fue atropellado por un automóvil mientras andaba en bicicleta.

Brighwater, el organismo que se encarga de cuidar a Rossiter, había acudido a la justicia para saber si dejar de alimentarlo sería considerado un crimen, y afirmó que no tenía una opinión sobre la decisión de morir de su paciente.

Los expertos en cuidados paliativos precisaron que Rossiter tardaría entre una y dos semanas en morir una vez que se le dejen de administrar los alimentos, pero que no sufrirá. «Caerá en coma y morirá», dijo el médico Scott Blackwell.

Los cuidadores de Rossiter dejarán de medicarlo, nutrirlo e hidratarlo a través de un tubo conectado directamente al estómago como han venido haciendo hasta ahora. Su último deseo es que le den analgésicos y lo dejen ver la televisión en paz.

El dirigente de la organización de defensa de la eutanasia Exit International, Philip Nitschke, consideró «muy importante» la decisión de la corte y «una victoria para el sentido común». Precisó que Rossiter podrá pedir el fin de su tratamiento de alimentación cuando quiera, y también podrá cambiar de opinión en cualquier momento.

Australia protagonizó una polémica internacional en 1995, cuando el Gobierno provincial del Territorio del Norte legalizó la eutanasia. Nitschke, conocido bajo el apodo de «Doctor Muerte», ayudó a morir a cuatro personas en nueve meses, antes de que el Gobierno nacional revocara la ley en 1996.

El dictamen de la justicia australiana coincide con un curso que se celebra en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander sobre «Eutanasia y suicidio asistido. Un derecho del siglo XXI», que dirige el doctor Luis Montes. En él, el jesuita y profesor de Ética de la Universidad de Sophia (Tokio), Juan Masiá, afirmó el pasado jueves que «es compatible una postura que desde la perspectiva religiosa defienda la autonomía y el respeto a la dignidad, y esto es compatible con el tema de la despenalización y la solicitud de eutanasia».