Oviedo, María LASTRA

Se llamaba Josefa de Jovellanos y Jove Ramírez; era gijonesa, fue una mujer extraordinaria, pero la Historia le ha reservado un lugar a la sombra de su hermano Gaspar Melchor. Tiene una biografía de cuento, marcada por una sucesión de desgracias. Fue una referencia en la corte madrileña y acabó de monja en el gijonés convento de las Agustinas Recoletas. Vivió el amor, sufrió la pérdida de tres hijas y profesó admiración hacia un hermano glorioso que, sin embargo, le cortó las alas de un nuevo amor, la posibilidad de rehacer su vida.

El libro «Josefa de Jovellanos. Semblanza de una dama a los ojos de su hermano Gaspar de Jovellanos» la reivindica. Es el X Premio Internacional de Investigación Fundación Foro Jovellanos y está firmado por la profesora de Filología Anglogermánica de la Universidad de Oviedo María José Álvarez Faedo.

Josefa nace en Gijón un 4 de junio de 1745. Disfrutó de una infancia feliz en compañía de sus ocho hermanos. Siendo aún muy joven, se casa con Domingo González de Argandona, procurador general de las Cortes de Asturias. Es su hermano quien convence a la familia de la bondad de este matrimonio. La pareja debe trasladarse a Madrid, donde su marido se convierte en un importante contacto para Gaspar de Jovellanos. Fruto de su matrimonio tienen tres niñas: Vicenta y María Isabel, que mueren siendo niñas, y Gertrudis, que nace y muere poco después de que lo haga su padre, en 1774.

Apenas dos años separan un mundo en la vida de Josefa de Jovellanos. En 1772 la encontramos en Madrid como anfitriona de la intelectualidad de la corte, en su domicilio de la calle de Atocha. Una esposa felizmente casada y embarazada de su segunda hija, Isabel. Poco podía suponer que sobre su plácida existencia se cernía una galerna impensable. En 1774 muere su marido y la deja viuda a los 28 años. En aquel fatídico 1774 fallece asimismo su hermana Juana Jacinta. Una debacle.

Josefa traslada las cenizas de su esposo a su tierra natal, Asturias. Y hacia Asturias encaminó sus pasos en 1779, para seguir recibiendo palos de la vida: asiste a la muerte prematura de sus otras dos hijas, también de su madre, y a un episodio en el que su hermano Gaspar Melchor tiene un protagonismo especial. Escribe Álvarez Faedo:

«Unos años después de haber enviudado, Josefa volvió a vislumbrar la felicidad enamorándose de otro hombre, mas, al abrir su corazón a su hermano, recibe una negativa en toda regla: "Tú te resuelves por razones de pura conveniencia o de capricho, y yo por razones de decoro... Lo que tú haces es un disparate a los ojos de todo el mundo..."». Josefa hizo caso a su hermano y cavó probablemente con ello la propia tumba de la infelicidad.

Las desgracias la vuelven piadosa, preocupada por las muchas miserias sociales de su alrededor, dedicada a instruir a desamparados y a obras de caridad. Su papel como educadora comienza a ser cada vez más importante, lo que no hace más que reafirmarla como una dama ilustrada de su tiempo. La búsqueda de paz espiritual la encuentra de puertas adentro de un convento de monjas. El 6 de julio de 1793 ingresa, con 48 años, en el monasterio de las Madres Recoletas Agustinas Descalzas de Gijón, donde se convierte en sor Josefa de San Juan Bautista y consigue ver hecho realidad uno de sus grandes propósitos: dar vida a su escuela para niñas desfavorecidas con el nombre de Enseñanza Caritativa de Nuestra Señora de los Dolores.

Durante su estancia en el convento, Josefa sufre una grave enfermedad, quizá relacionada con el disgusto de conocer la noticia de que Melchor de Jovellanos está encarcelado en la prisión mallorquina de Bellver. Su salud se agrava hasta el punto de perder la consciencia y, finalmente, muere el 7 de junio de 1807.

Josefa de Jovellanos es conocida fundamentalmente por sus poemas, en buena parte escritos en bable, en los cuales se adhirió a los planteamientos de la Ilustración. La primera autora cronológica de las letras asturianas es un ejemplo claro de cómo llevaron los ilustrados sus ideas a la literatura. Por encima de todo, Josefa de Jovellanos denunció las desigualdades de un país repleto de regios festejos celebrados a los ojos de un pueblo abandonado a su suerte.