Escritor y editor. Hoy recibe un homenaje en Torazo

Oviedo, M. S. MARQUÉS

José Antonio Mases dejó Cabranes en su juventud para iniciar un periplo cultural y viajero que lo devuelve hoy a sus orígenes para recibir el agradecimiento de vecinos y amigos. Escritor, editor y ensayista, Mases, que adoptó el nombre de su lugar de nacimiento como propio, será homenajeado mañana por su constante trabajo de búsqueda y difusión de la historia y la cultura asturianas.

-El homenaje que le otorgan sus vecinos de Cabranes echa por tierra lo de que nadie es profeta en su tierra.

-A partir de hoy me siento en deuda con Cabranes. Tanto el Ayuntamiento como la Asociación Cultural Incós han sido extremadamente generosos conmigo. Y, naturalmente, no excluyo de mi agradecimiento a los excelentes amigos que intervendrán en el acto, ni a los vecinos que me acompañarán.

-Su trayectoria estuvo marcada por dos vocaciones: la literaria y la asturianista ¿compaginarlas fue un acierto?

-No lo sé. Por mi parte, sólo hubo buena intención. La apreciación verdaderamente autorizada sobre mi obra incumbe a los demás.

-¿Cómo recuerda su estancia de varios años en Cuba?

-Ha tocado usted mi fibra más sensible. Cuba ha sido el mejor regalo recibido en mi juventud. Amo aquel país tanto como al mío, y sólo lamento que el destino de aquella tierra prodigiosa haya estado condicionado a la dominación y la rapiña sin escrúpulos, como ocurrió en otros tiempos, y que hoy lo esté a la arbitrariedad de un caudillaje tan anacrónico y espurio como el que gobierna la Isla desde hace medio siglo.

-Allí conoció a Hemingway y a Cabrera Infante. ¿Qué significó ese descubrimiento para un escritor incipiente como era usted?

-Una bocanada de aire fresco. Yo había dejado en España una dictadura que nos adoctrinaba sobre lo que debíamos pensar, leer y escribir. En Cuba encontré la libertad que nunca había conocido, e incluso bajo el Gobierno corrupto de Batista, pude ver en La Habana, por vez primera, películas como «El acorazado Potemkin», de Einsestein, o «La madre», de Pudovkin, y leer la obra proscrita de los españoles desterrados. Conocí a Hemingway, es cierto, y me concedió una entrevista para un periódico asturiano. A Guillermo Cabrera Infante lo traté más de cerca: era entonces el crítico de cine del semanario «Carteles», que dirigía un periodista y excelente escritor gijonés, Antonio Ortega, quien me brindó la oportunidad de colaborar en su revista. Cabrera no había escrito todavía lo mejor de su obra, la que publicó más tarde en su amargo exilio londinense. Por cierto, los tres (Ortega, Cabrera y yo) salimos de Cuba el mismo año del «desencanto»: 1960.

-El régimen castrista concita amores y odios, ¿qué valoración hace hoy de aquella revolución?

-Mi libro «Los padrenuestros y el fusil», de 1964, es abiertamente procastrista, puesto que su acción transcurre durante el tiempo en el que se gestaba en Sierra Maestra la revolución del 26 de julio, cuando todos, cubanos y extranjeros, deseábamos la regeneración justiciera, purificadora y «humanista» que propugnaba Fidel. El rumbo que fue tomando la revolución supuso un fraude ante quienes defendíamos los primeros postulados castristas. De aquella hazaña romántica que nos encandiló a los jóvenes de entonces, no queda nada, salvo los escombros de una impostura, en la que, por cierto, también los Estados Unidos tienen su parte de responsabilidad.

-¿Participar en el proyecto de la «Gran Enciclopedia Asturiana» fue uno de sus mayores aciertos?

-Analizada ahora, casi a los cuarenta años de su materialización, la «Gran Enciclopedia Asturiana» me parece una obra útil, a pesar de las posibles impurezas de su contenido y de su inevitable envejecimiento. Hemos sido pioneros en este tipo de obras regionales, y Cañada y Castañón, si vivieran, se sentirían orgullosos al constatar que nuestra Enciclopedia continúa siendo una casi imprescindible fuente de consulta en los albores del siglo XXI. Yo también me siento satisfecho de haber contribuido a ello.

-¿Como editor, ¿de qué está más orgulloso?

-La «Gran Enciclopedia Asturiana» no fue editada por mí, sino por Silverio Cañada. Yo fui el promotor de la obra y su codirector, conjuntamente con Cañada y Luciano Castañón. Por otra parte, me siento complacido respecto al fondo que edité en Ayalga, particularmente con la Colección Popular Asturiana, integrada por libros de bolsillo. Tanto el formato como el enfoque temático de la colección nunca se habían abordado en Asturias.

-Quienes lo conocen dicen que «El Palenque» es su obra más querida. ¿Es difícil elegir cuando se tiene una producción tan amplia y variada como la suya?

-Carece de importancia el hecho de que «El Palenque» pueda ser la obra preferida por mí. Lo que realmente me importa, y además agradezco, es que esta novela sea la más querida por los demás.

-¿Qué le gustaría haber hecho que no ha podido ser?

-No cambiaría absolutamente nada de lo hecho hasta ahora, porque hasta los errores me han enseñado. Soy lo que he querido ser.

-Dígame el nombre de algún asturiano, vivo o muerto, al que admire por su labor.

-Podría citar a Clarín, pero también me acordaría de un olvidado artesano de la madera que vivía en mi pueblo y ejecutaba auténticas obras maestras sin más ilustración que su aptitud natural. Analfabeto y afectado de perlesía, Lisardo era un artista.

-¿Qué destaca de «Confesión laica desde la última vuelta del camino»?

-El título que he elegido para mi intervención en el acto de hoy en Torazo puede denotar cierto cariz elegiaco, pero no pretendo mostrarme tan fatalista. Se trata, evidentemente, de un recurso literario mediante el cual afronto la realidad de que los tramos o etapas de mi vida están prácticamente recorridos. Pero hago todo lo que puedo para ir avanzando lo más morosamente posible por un trayecto final lleno aún de proyectos. En cuanto al laicismo a que se refiere el enunciado, sólo pretende sugerir que voy a hablar públicamente de mi peripecia vital, al margen de cualquier connotación religiosa, es decir, sin revelaciones o testimonios secretos.