Oviedo, R. L. MURIAS

Eva (nombre ficticio de una alumna de 17 años de un instituto del centro de Asturias) decidió dejar de ir a clase de Matemáticas a mediados del curso pasado. Prefería «pirar». De nada sirvieron las advertencias de su profesora para que «pensase lo que estaba haciendo». «Mi única intención era que sacase el curso adelante y acatase la disciplina del aula», explica la docente, que prefiere mantener el anonimato. «Hice informes al tutor y envié varias cartas a los padres para que fuesen conscientes de las faltas de asistencia de su hija, pero jamás vinieron a hablar conmigo», añade la profesora. Llegó junio y las notas finales, y el suspenso en Matemáticas de Eva. «Entonces la madre vino al instituto acusándome de que era yo la que no dejaba a su hija entrar en clase y que por mi culpa ahora estaba suspensa. Eva me acusó de echarla del aula. No se puede generalizar, pero muchos padres creen a sus hijos a ciegas sin escuchar nuestra versión», explica la profesora.

Profesores y maestros de Asturias sostienen que muchos alumnos han perdido el respeto al docente en el aula. Así lo han manifestado varios de estos profesionales a LA NUEVA ESPAÑA a propósito de la propuesta de la Comunidad de Madrid que promulga una ley de Autoridad del Profesorado que otorgará el rango de autoridad pública a los docentes de Educación Primaria y Secundaria de los centros públicos. Según los profesores consultados, que han optado por mantener el anonimato, cada vez es más común la falta de respeto en clase y en edades más tempranas.

«Eres una hija de puta. A mí no me riñas porque mi papá es guardia civil y manda más que tú». Son las palabras textuales de una niña de 6 años. La contestación que le espetó a su maestra, que sólo intentaba que la alumna se sentase de forma correcta en clase. Ocurrió en un colegio de la zona rural del occidente de Asturias, una historia que según maestros y profesores se repite demasiado a menudo y que es la prueba de que «se ha perdido el respeto al maestro». Tras aquella contestación, la docente llamó a su madre y le explicó lo ocurrido. «Su madre se presentó en el colegio y me dijo que seguro que yo había incitado a su hija a decir eso», explica la maestra. «Cuando te enfrentas a una situación así poco puedes hacer; si los padres no colaboran con nosotros, la educación de los niños se descuelga. Hay que trabajar en conjunto», matiza esta profesional de la enseñanza.

Carmen (nombre ficticio) llegaba tarde a clase todos los días. «Unas veces un cuarto de hora, otras media hora», explica la que fue el año pasado su maestra de Educación Infantil. «Les dije a los padres que deberían tratar de ser puntuales, a no ser que hubiese una razón que justificase el retraso, pero la madre en seguida me replicó que ella podía incumplir el horario porque el colegio también incumplía otras muchas normas elementales», relata la docente.

«Necesitamos una ley que nos devuelva la autoridad y el respeto. No puede ser que nuestra palabra no cuente nada», apostilla esta maestra que defiende la propuesta de Esperanza Aguirre, si bien reclama una «mayor implicación de los padres» en el proyecto educativo de sus hijos. «Deberían colaborar más con nosotros y establecer el respeto en el hogar», apostilla la docente.

A pesar de que el diagnóstico de los profesionales es similar, no todos defienden los mismos planteamientos. «Los políticos no pueden pretender solucionar el problema con una ley. Es una cuestión mucho más honda. Llevamos años escuchando cómo se nos desprestigia y ahora todo el mundo se cree con derecho hasta para organizarnos las mesas en clase. Hemos pasado de ser Dios en clase a ser el último mono», asegura un maestro con más de treinta años de profesión a sus espaldas y que asegura que «con los años, la falta de respeto es cada vez mayor». Vaticina este docente que «los padres van a tener que lamentar dentro de unos años esta falta de disciplina de sus hijos». El conflicto no parece fácil de resolver. Y es que, según los profesores, «muchos padres no tienen tiempo para dedicarles a sus hijos y son demasiado permisivos. Después, los que sufrimos las consecuencias somos nosotros».

La propuesta de Madrid de otorgar rango de autoridad a los docentes del sistema público, como ya ocurre con los médicos, magistrados o policías, no convence a todos los profesionales consultados por este periódico. Unos ven escasa la medida, que «necesitaría de un debate más amplio y medidas más concretas». Otros opinan que «el respeto se gana trabajando con el alumno y la familia, fomentando la comunicación y la colaboración. «La ley no hará más que imponer un respeto ficticio y agravar los problemas existentes», asegura un maestro de Primaria. Un tercer grupo considera que es el primer paso para «devolver unos valores que se han perdido hace mucho tiempo y recuperar nuestra profesión».