Oviedo, Elena FDEZ.-PELLO

José Vicente Peña duda de que los profesores puedan recobrar su autoridad por decreto público, como se ha propuesto la Comunidad de Madrid. Peña, sociólogo, profesor de Teoría e Historia de la Educación y director del departamento de Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo, busca en la sociedad y la familia las raíces de la inseguridad en las aulas, y para los docentes, antes que la autoridad, reivindica el prestigio.

-Madrid declara autoridad pública a sus profesores. ¿Qué cambia eso?

-¿Qué significa ser autoridad pública? ¿Van a poder multar a sus alumnos? Ser autoridad no sirve de nada. Si alguien agrede a un profesor ya se le imponen penas mayores. No, el problema cotidiano no se resuelve así. ¿Ser autoridad pública evitará que un padre agreda a un profesor porque ha reñido a su hijo en el comedor? ¿Ese es un problema de la escuela o de civismo social?

-Usted parece opinar que se trata de esto último.

-No es inusual que alguien se comporte como un energúmeno, lo hacen todos los días en el fútbol, en un bar, en las escaleras de casa... Esa crispación se refleja en la escuela.

-¿Y la solución es...?

-No es sólo una. Hay que reforzar la imagen de los profesores. Recuerdo una campaña en Gran Bretaña, con Tony Blair en el Gobierno, en el que un futbolista, un actor..., en definitiva, alguien muy conocido, aparecía junto a uno de sus profesores y lo presentaba como alguien muy importante en su vida. La solución radica en dar prestigio a los profesores, en valorar la educación, si los profesores piensan que pueden dar clase prescindiendo del contexto social, de los medios de comunicación o de la tecnología están muy equivocados. Si me empeño en inculcar a mis alumnos el gusto por la lectura haciéndoles leer «El Lazarillo de Tormes» me estoy equivocando.

-¿Recuperar el tratamiento de «usted» para los profesores devolverá la autoridad a los docentes?

-¡Ah, el usted y los estrados! Todo es razonable si el contexto es razonable. En una clase con 150 alumnos es más cómodo hablar desde el estrado, para que te vean y oigan mejor. Pero dar clase desde una tarima implica impartir una enseñanza muy pasiva. La autoridad es un problema de gestión de centros: el otro reconoce en ti el valor que tú tienes. Convertir a los profesores en autoridad pública puede ejercer un efecto disuasorio, sólo eso.

-¿Cómo se ha llegado a este punto?

-Se ha producido un fuerte proceso de privatización de la familia, con múltiples modelos (parejas casadas, no casadas, hogares monoparentales...) y la mujer reivindicando el uso de su cuerpo. Eso no es malo, pero el aprendizaje de las normas sociales también ha desaparecido, y uno vive en una isla y piensa: «Las normas son las de mi familia».

-Y en la vida real eso no funciona.

-En la escuela el sujeto empieza a segregar su propio estatus, es sometido a un criterio de universalidad. Un hijo tiene garantizado el amor de su familia simplemente por serlo, aquí no. Hay una falta de sintonía entre la escuela y la familia, prevalece eso de «a mi hijo sólo lo riño yo». La familia se ha convertido en un campo de irresponsabilidad y el mayor problema que tienen los padres jóvenes es poner normas a sus hijos. Hay que aprender a generar normas de convivencia, que no es otra cosa que aprender a ver al otro. No nos gusta ver a los ancianos, a los gordos... El otro se ha vuelto invisible frente a mis derechos personales.

-¿Más que actuar en la escuela habría que tomar medidas con las familias?

-Un padre que agrede a un profesor tienen una percepción equivocada de la realidad. Ahí están la idea de posesión de los hijos, la baja capacidad de gestionar la frustración porque los padres no queremos que los niños se angustien. El sistema educativo se rige por la satisfacción diferida (te sacrificas todo el año y obtienes el resultado al final del curso) pero los niños no están acostumbrados a eso. Hay poca capacidad de espera. El sistema educativo reproduce las desigualdades sociales porque muchas familias envían a sus hijos con lo fundamental aprendido, mandan a los niños con las mochilas cargadas de esa cultura del esfuerzo.

-En definitiva, que son los padres los que necesitan educación.

-Hay que crear escuelas de padres, aunque lo que suele ocurrir es que los que asisten son los padres que no lo necesitan. De todos modos, cuando en una escuela se va creando un determinado orden todos los padres acaban dándose cuenta de que tienen que adaptarse. Se puede recurrir a los mediadores sociales o a los servicios sociales de los ayuntamientos. El cien por ciento de los problemas sociales está en la escuela hasta los 16 años. Muchos de esos niños no van a ser licenciados.

-¿Haber ampliado obligatoriedad de la enseñanza fue un error?

-No, ese es un falso debate: elitismo frente a universalización de la educación. El reto es mantener a los niños el mayor tiempo posible en el sistema y con los mejores resultados. Segregar no da buen resultado social y no es moralmente aceptable, y además la economía necesita de un excedente de capital humano para crecer.