Oviedo, M. S. MARQUÉS

Javier Fortea, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Oviedo, falleció ayer a los 63 años, a causa de una enfermedad hematológica que venía padeciendo desde el pasado año. Su esfuerzo por plantar cara a la dolencia, que lo mantuvo largos períodos ingresado en el Hospital Central de Asturias, no dio resultado y, finalmente, ayer por la tarde, se produjo el desenlace. Fortea estuvo en todo momento rodeado de su familia y contó con el apoyo, siempre atento y cariñoso, de su esposa, María Jesús Molina. Estas últimas semanas durante su estancia hospitalaria lamentó en varias ocasiones no poder participar en la campaña arqueológica que, como cada mes de septiembre desde hace nueve años, el equipo que dirigía, junto a Marco de la Rasilla, llevaba a cabo en la cueva de Sidrón (Piloña), uno de los proyectos que más satisfacciones le ha dado, al que estuvo ligado desde el primer momento.

Javier Fortea nació en Arnedo (La Rioja) en 1946, aunque poco después se desplazó con su familia a Córdoba, donde su padre ejerció como catedrático de Latín. Allí realizó los estudios de Bachillerato y en ese tiempo conoció a María Jesús Molina, con la que acabaría compartiendo el resto de su vida. Finalizado el Bachillerato se trasladó hasta Salamanca, en cuya Universidad se licenció en Historia, siendo discípulo de una figura destacada en el mundo de la Prehistoria, Francisco Jordá, que le contagió su pasión por todo lo referente al hombre de las cavernas.

Tras realizar la tesis sobre el Epipaleolítico y el arte, amplió sus investigaciones al Paleolítico medio y superior, siempre con el arte como punto de referencia al que unía todo lo demás, pues sus intereses científicos eran muchos. Antes de llegar a Asturias como profesor agregado de la Universidad, en el año 1978, ya había realizado algunas investigaciones en yacimientos del área mediterránea.

Catedrático desde 1981, comenzó ahí una carrera investigadora que ocupó su tiempo hasta el día antes de morir, esa tarde todavía estuvo despachando con Marco de la Rasilla, amigo y compañero de tantas fatigas, sobre asuntos relacionados con la campaña de Sidrón, que se había cerrado ese mismo día. Fortea sabía que su final estaba cerca y lo afrontó con la misma entereza con la que siempre se resistió a hacer de su trabajo un «espectáculo folclórico». La alma máter del proyecto de Sidrón era una persona tímida y reservada pero concienzudo y perfeccionista. Dentro de su anarquía particular, anteponía el rigor científico a la difusión sin contrastar y sin pulir.

En Asturias sus trabajos se cuentan por decenas, pero las «niñas de sus ojos» eran las cuevas de la Viña y Llonín, a las que dedicó muchos veranos y muchas horas de trabajo. Después tuvo la oportunidad de ser uno de los primeros en ver de cerca las impresionantes pinturas de la cueva de la Covaciella, cuyo estudio realizó por encargo de la Consejería de Cultura. Su dedicación al arte rupestre fue compartida durante mucho tiempo con Manuel Hoyos, geólogo y amigo, fallecido también antes de tiempo, al que echaría mucho de menos en sucesivas excavaciones. El prestigio internacional de Fortea comenzó a forjarse a raíz de la celebración de la mesa redonda hispano-francesa en Colombres en 1991 sobre la conservación del arte rupestre. Allí creció su amistad con Jean Clottes, presidente del Comité Internacional de Arte Rupestre y figura destacada de la Prehistoria francesa, quien tuvo en cuenta en muchas ocasiones los conocimientos de Fortea para resolver situaciones difíciles en su país.

Entre los últimos trabajos en los que participaron juntos está el Parque de la Prehistoria de Teverga, cuyo comité científico, que agrupaba a expertos de primer nivel, estuvo presidido por Fortea. También ahora tenía el encargo de redactar el proyecto del equipamiento cultural que se dedicará al neandertal en Piloña. En el plano editorial, una de sus últimas contribuciones fue «El arte prehistórico del Oriente», que firmó con otros autores, y su colaboración en el volumen «La Prehistoria», publicado por LA NUEVA ESPAÑA.

Oviedo, M. S. M.

El prestigio alcanzado por Javier Fortea está basado en la seriedad y el rigor con los que afrontaba sus investigaciones. La Prehistoria era su pasión, y para llevar a cabo cuantos encargos y estudios propios realizaba era capaz de multiplicar las horas y olvidarse del mundo dando vueltas y buscando las tesis y las respuestas más adecuadas.

Trabajador incansable, generoso y desprendido, como lo definen muchas de las personas que lo conocían, Fortea fue, además, un profesor carismático que forjó discípulos entregados al estudio de la Prehistoria, algunos lo han acompañado estos años en las excavaciones de la cueva de Sidrón y preparan sus tesis sobre el yacimiento.

A pesar de estar tocado por la enfermedad, el catedrático de Prehistoria impartió clases durante el último cuatrimestre del curso pasado. Su presencia en las aulas fue una terapia que lo mantuvo alejado de la enfermedad y le sirvió para apartarse por momentos de la dura realidad que lo acosaba. Ahora, tras su adiós definitivo, serán sus discípulos y Marco de la Rasilla los llamados a continuar su trabajo. «Tenemos que hacerlo, pero no será fácil, él tenía una de las cabezas más potentes de la Prehistoria, y se le echará de menos». Quien así habla es Marco de la Rasilla, su más estrecho colaborador y quien recoge ahora el testigo de lo mucho que Fortea había iniciado, que habrá que llevar a buen término.

El reconocimiento que su figura despertaba no sólo en Asturias queda de manifiesto en la vinculación con numerosos organismos nacionales e internacionales que contaban con su criterio, siempre sabio.