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«La conquista del Nobel estimuló a Ochoa a trabajar más»

«A los colaboradores españoles nos trataba como a los demás, para que así avanzásemos en nuestra carrera»

Santiago Grisolía, en una de sus últimas apariciones públicas.

Discípulo de Severo Ochoa

Oviedo, Pablo ÁLVAREZ

El bioquímico Santiago Grisolía (Valencia, 1923) fue el primer discípulo español de Severo Ochoa en Estados Unidos. Muchos años más tarde, y ante la apatía de las autoridades asturianas, se hizo cargo del legado del científico luarqués, que permanece expuesto en el Museo de las Ciencias de Valencia. En la entrevista que sigue, Grisolía repasa su relación con Ochoa, con ocasión de los 50 años -se cumplen mañana- de la concesión del premio Nobel al científico asturiano.

-¿Cómo fue su primer encuentro con Severo Ochoa?

-Se produjo en Nueva York, en el departamento de Química de la Facultad de Medicina de la New York University, sobre el 15 de diciembre de 1945. Fui a pedirle que me aceptase para aprender con él. Como él era profesor asistente, me dijo que sí pero que tenía que pedir permiso al jefe del Departamento, el profesor Cannan, y que le llamase al día siguiente.

-Usted fue su primer becario español. ¿Qué significaba entonces para un científico español la posibilidad de investigar en Estados Unidos?

-Algo impensable. No teníamos, debido a la guerra mundial que había acabado hacía poco, ni idea de los Estados Unidos. Además, la mayor parte de la investigación bioquímica se hacía en Europa.

-¿Qué valores transmitía Ochoa a los investigadores jóvenes?

-Calidad, elegancia, honestidad y entusiasmo.

-¿Tenía una especial deferencia con los colaboradores españoles?

-Sí, tratarlos como a los demás, para que así avanzasen en su carrera.

-¿Qué aspectos destacaría de la disciplina de trabajo de Severo Ochoa?

-La persistencia y la continuidad, además de la paciencia, el orden y la ecuanimidad.

-¿En qué características intelectuales se basaron sus éxitos científicos?

-Su gran inteligencia y todo lo comentado en las respuestas anteriores. Además, tenía una gran facilidad para los idiomas.

-La conquista del Nobel, ¿cambió en algo su dedicación a la ciencia?

-Al contrario, le estimuló a trabajar más. Desde la perspectiva de la que hoy disponemos, puedo decir que debió recibir un segundo Nobel.

-¿Cómo influyeron sus hallazgos en el desarrollo de la biología?

-Muchísimo, especialmente sus trabajos sobre el código genético y su universalidad quedarán siempre en la historia de la ciencia.

-¿Cuál fue su influjo en la ciencia española?

-Enorme. De pronto se aceptó que se podía no sólo hacer ciencia sino también que ésta se reconociese, y como consecuencia atrajo la atención de jóvenes y de gente en el poder. Con su generosidad, ayudó a todo el que se lo propuso, incluyendo el pasar largas temporadas en España trabajando por el interés de la ciencia española. Nunca, nunca, dejó de interesarse o de ayudar a nadie, especialmente a sus antiguos alumnos.

-Cincuenta años después de ganar el Nobel, ¿el legado científico y humano de Ochoa se agranda o se empequeñece?

-Sin duda se agranda, lo que demuestra su excelencia, porque el recuerdo de otros premios Nobel se olvida bastante.

-¿Qué hallazgos de Severo Ochoa considera más relevantes?

-A mi parecer, la llamada oxidación fosforilativa, es decir, la producción de energía utilizable por la célula como resultado de la oxidación por los tejidos de los azúcares y sus derivados. Segundo, la demostración de la fijación de anhídrido carbónico por tejidos animales, que hasta entonces se consideraba sólo posible para las plantas. Tercero, el hallazgo de varios enzimas y su cristalización. Cuarto, la comprensión con el enzima condensante del ciclo de los ácidos tricarboxílicos. Quinto, la síntesis, por primera vez en el tubo de ensayo, de un ácido nucleico. Y sexto, su extensa contribución al código genético. Y muchos más.

-¿Considera que España continúa estando en deuda con Ochoa?

-Sí.

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