El hecho de que en Asturias, una región con una actividad musical que la diferencia culturalmente en España, sea noticia que se interpreta música española es algo que no puede permitirse. Esta vez fue en el marco de la Semana de Música de Cajastur, como aperitivo a la entrega de los premios «Príncipe de Asturias». Un contexto de compromiso cultural excelente y en el que se invierte en diversas iniciativas musicales desde Asturias.

La búsqueda de un lenguaje musical propio en los dos pasados siglos dio como resultado un patrimonio ya valorado, y cuya inmovilidad responde a cuestiones de comodidad, inseguridad y complejos que todavía hay que superar. Aunque hoy nos beneficiemos de las «tentativas» por el arte nacional, sobre todo a través de una legislación que contempla la música y de formaciones estables, parece que esto no es suficiente. Un buen ejemplo sería «La vida breve» de Manuel de Falla, la primera ópera española en quedar en el repertorio. Como bien es sabido, tampoco se libró de los problemas para su interpretación.

A Falla le valió el oro en el Concurso de obras musicales de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en 1905. Pero ante las negativas de ser estrenada la ópera en España, el compositor logró presentarla en Francia y en francés, casi diez años después. Y, si en 1914 se veía por primera vez en el teatro de la Zarzuela, no fue recibida hasta 1997 en el Real de Madrid, coliseo que centró los debates por la lírica española.

Una celebración musical y social la del jueves en el Auditorio ovetense, donde la Sinfónica del Principado (OSPA) y el Coro de la Fundación Príncipe de Asturias volvieron a encontrarse en la obra del compositor gaditano, tras su edición en disco para el sello Naxos en 2004. Con «La vida breve» empezaba, para el mismo Falla, su catálogo de obras. Se observan aquí los rasgos musicales que luego Falla elevará a cotas más altas, aunque de por sí la ópera no vio continuación en obras posteriores de estas características. No hay que olvidar que la conquista de Falla fue fundamentalmente en la música sinfónica. Max Valdés, al frente del concierto, se preocupó por este «encaje de bolillos» en el que la OSPA cuidó la vena armónica y melódica propia de Falla, en una partitura en la que se combinan vanguardia y andalucismo, con vocación universal. La orquesta, controlada y contenida, mantuvo un buen hacer en los diversos climas de una página preciosista, rica en timbres y texturas.

El reparto de voces solistas fue equilibrado, destacando Lola Casariego en el papel de «la chavalilla», del libreto de Carlos Fernández Shaw. Conocida hasta ahora como mezzo, Casariego sorprendió gratamente en el papel de soprano de Salud, con flexibilidad vocal y sensibilidad interpretativa ante la evolución del personaje. Porque a la joven gitana la persigue un oscuro presagio y acabará siendo víctima del señorito Paco. Marina Pardo, como «abuela», ofreció un papel muy pulido y con el color vocal apropiado, aunque con exagerada emisión vocal. El tenor José Ferrero, por su parte, estuvo correcto en lo vocal en la que fue su cuarta aparición en los escenarios ovetenses en las dos últimas semanas. Contundente Josep-Miquel Ramón como «Sarvaor». Alfredo García, Álvaro Vallejo y Rosa Sarmiento del Campo cumplieron en el resto del elenco.

El Coro de la Fundación ofreció una actuación semiescenificada que dio más color si cabe a una obra efectiva de por sí, que permite el lucimiento natural del coro. Sin embargo, la formación no logró imponerse hasta el intermedio, en el que mostró calidad de matices, entonación más precisa y, en suma, la brillantez esperada.

Debe meditarse, no obstante, y a juzgar por los aplausos, el éxito de la bailaora Nuria Pomares. Aunque la introducción del baile sea un éxito asegurado en la ópera -como la introducción del cante jondo, aunque no fue éste el caso-, puede suceder que el arte de una sola bailaora llegue a imponerse a toda una obra.