El director Howard Griffiths tiene ganada a la Sinfónica del Principado, así como al público de su temporada. Y con Griffiths empieza este año el paseo de directores invitados y, con ello, las quinielas por el próximo director titular de la orquesta asturiana. En su última visita -el viernes en Oviedo y el día previo en Gijón-, Griffiths marcó las pautas de un concierto que prometió ser uno de los mejores de la temporada. A Griffiths no le van las medias tintas. El director inglés desplegó una capacidad interpretativa rica que supo cómo trasladar a la orquesta, con vitalidad, exigencia y gusto por el detalle. Si a eso unimos personalidad en la versión y el clima de buen entendimiento, resulta un candidato, digamos, de los «ideales».

La melodía de Nokia sirvió para abrir boca. Sí, la anécdota la marcó un Griffiths dirigiéndose al público, demandando atención con la batuta como si de la orquesta se tratase. Una vez alcanzado el silencio, tras un aplauso que premió el humor del director, arrancó la OSPA con la obertura de Mendelssohn «Mar en calma y próspero viaje». La orquesta cuidó la prolongación de líneas que mantienen la serenidad en la primera parte de la obertura. La naturaleza, viva, es descrita en una segunda parte de la obertura, en la que la OSPA logró buen empaste e impulso, destacando además los contrastes del final de la página.

Con el «Concierto para violonchelo» de Schumann se presentó Johannes Moser, solista que supera las prudencias de la juventud y se apropia de obras que hace suyas, con el aplomo y la propiedad de los grandes. Fue un concierto de lirismo vigoroso y buen empaque orquestal, con Griffiths mimando el entramado del acompañamiento, como en lo referido al encuentro de timbres y al diálogo de la orquesta con el solista. Esto, junto al dibujo del fraseo, llevó a un movimiento central, «Lento», exquisito. E igual de refinada sonó la propina del joven chelista, la Sarabanda de la «Suite nº 4» de Bach.

En la segunda parte del concierto, Griffiths dirigió una «octava» de Dvorák sin concesiones, con una respuesta impecable por parte de la OSPA. Lirismo, color y estructura formal bien defendidos. La orquesta pulió su factura desde cada una de sus familias, a través de las diversas texturas que funde la sinfonía. Como ejemplo, de muchos, los violonchelos y las trompas en la repetición del tema antes del desarrollo del primer movimiento. Bien llevado el «Adagio», en sus dinámicas de la primera parte de una estructura tripartita, así como el empaste del final del movimiento. También hay que destacar el ritmo del «Allegretto», ligero e intrínseco a la interpretación.

Un concierto, con este el tercero de la temporada de la OSPA, que responde a unos parámetros de calidad sólo propios de una de las mejores orquestas españolas.