La Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) comenzó el año 2010 con un programa de sabor musical nacionalista desde las dos orillas del Atlántico. Y con nota. La OSPA fue la auténtica protagonista de un programa escogido con acierto por el todavía director titular de la formación, Maximiano Valdés, que ofreció lo mejor en el podio, especialmente en la primera parte del concierto, a través de unas obras por otro lado de total actualidad musical. Junto al estreno en España del «Concierto para violín» del uruguayo Miguel del Águila, sonó el mexicano Silvestre Revueltas, cuya obra pasa por una revitalización desde la musicología americana, con interesantes publicaciones tanto en papel como digitales, incluso vía internet, a través de un foro virtual con textos de ricas perspectivas y toda la información en torno al catálogo de su obra compositiva.

De hecho, la obra «Redes» de Revueltas destacó singularmente en la interpretación de una orquesta que se mostró en todo momento versátil y con rápida respuesta por parte de profesores de un nivel técnico e interpretativo de altos vuelos, y que componen una orquesta que vuelve a situarse en el ranking de las mejores formaciones de España, tal y como ha demostrado la OSPA en sus últimas apariciones. Más y mejor para el nuevo año. De este modo, una orquesta bien ensamblada tejió el material sonoro de «Redes», que se aprovecha en toda la paleta orquestal, con una cuerda y una madera perfectamente encontradas y el metal para aportar contraste. Buen trabajo en este caso desde la dirección de Max Valdés, para dar forma a una obra en la que no falta ni sobra nada.

Después vendrían las sorpresas, con la «puesta en escena» -a través del espacio y la iluminación de la sala-, del estreno en España del concierto para violín «Viaje de una vida» de Miguel del Águila, obra comisionada y estrenada por la Sinfónica de Nuevo México en 2008, formación que a su vez dirige Guillermo Figueroa, el solista del concierto del viernes en el Auditorio ovetense y, el día previo, en La Laboral de Gijón. Figueroa, que es además principal director invitado de la Orquesta de Puerto Rico -y, por tanto, compañero de podio de Max Valdés en dicha formación-, presentó una obra no falta de recursos compositivos, en la que el componente popular se tuerce y retuerce con un lenguaje personal, que evoluciona en los diferentes movimientos de la obra enraizado en la música posromántica. Según cuenta el mismo compositor en su página web, se trata de «un homenaje a todos los que una vez dejaron su patria en busca de una vida mejor». En este homenaje, la orquesta se vuelve observadora y reflexiva, con grandes momentos de texturas camerísticas -muy bien logradas por parte de la OSPA-, y danzas exultantes, así como un tratamiento experimental del timbre, siempre desde la intención dramática. Por su parte, Figueroa destacó, más que por una ejecución regular escrupulosa, por el carácter que imprimió al sentido de la obra y un bello timbre del instrumento solista.

La música española ocupó la segunda parte del concierto, con una obra como las «Diez canciones vascas» de Jesús Guridi, que fue de agradecer en el programa por la representación del movimiento musical regionalista -vasco en este caso-, de la primera mitad del siglo XX. Guridi recogió en sus melodías una amalgama de soluciones musicales que reflejaron un conocimiento de la tradición europea -que trascendió además en los atriles de la OSPA-, en armonía con el contenido popular. Para cerrar, las «Danzas fantásticas» de Turina trajeron otra de las páginas más conocidas de un repertorio de música española tan amplio como desconocido todavía para el público, a pesar de todo el trabajo de recuperación de patrimonio que ya se ha llevado a cabo.

Otra cosa es la participación de la orquesta en nuevos proyectos de la Musicología española. Tras la experiencia con la ópera «Covadonga» de Bretón, que parece haber marcado a la orquesta en este camino, cabe esperar a la OSPA en nuevos proyectos, aunque esto una vez pasados «trenes» como el de la recuperación definitiva de las sinfonías del avilesino Ramón Garay. Por el momento, las danzas de Turina, escritas en ese «andalucismo francés» tan habitual al hablar del estilo del compositor, sonaron brillantes, como es intrínseco a su partitura, aunque sin todos los detalles que podrían haberse sonsacado a la orquesta, como por ejemplo en la adecuación a los «tempi» de «Exaltación».