Oviedo, Eduardo GARCÍA

José Luis Moralejo recuerda con especial cariño su paso por la Universidad de Oviedo, desde 1975 a 1991 como catedrático de Lengua y Literatura Latinas y director del departamento de Filología Clásica. No le tocó el traslado al campus del Milán por muy poco. Moralejo acaba de lograr el Premio Nacional de Traducción 2009 por el segundo tomo de las «Sátiras» de Horacio. Moralejo es actualmente catedrático de Filología Latina en la Universidad de Alcalá de Henares, con un currículum admirable que incluye seis quinquenios de docencia y seis sexenios de investigación.

-Catedrático de Filología Latina. Muchos verán en su especialidad un exotismo.

-Asumo que pertenezco a una especie desprotegida. Y ahora, con los nuevos planes de Bolonia, más.

-¿Bolonia va contra las Humanidades?

-Bolonia, que para muchas cosas va a suponer mayor racionalidad, puede ser un peligro, porque banaliza la Universidad. Muchos amigos míos, con cátedras universitarias, están teniendo problemas por las cuotas mínimas de matriculación. Hay disciplinas en las que no sólo cuenta la cantidad, sino la calidad. Por lo demás, a mí Bolonia me parece un sistema para llenar el mercado de graduados, que es algo así como una licenciatura vergonzante, y se reserva la buena materia para los posgrados. Comprenderá usted que yo no soy de los antisistema que se manifiestan en la calle contra Bolonia, pero sí, mi percepción es negativa.

-Las Humanidades se quedan sin alumnos. Esto es un hecho.

-Nos están dejando tirados. En una época en que se leen y editan más traducciones de temas clásicos que nunca, ese problema que usted dice existe, por culpa, entre otras razones, de arribistas obsesionados con las nuevas tecnologías, y por la sanguijuela que suponen 17 planes autonómicos distintos, que lo único que consiguen es que un alumno acabe sabiendo el nombre de los 54 meandros del Sella pero no sepa lo que es el Nilo.

-Ya casi nadie estudia Latín, pero no hace tanto tiempo que era asignatura troncal.

-Ya, pero para todo tronco hay una motosierra. Lo peor es que incluso ha dejado de ser troncal en materias filológicas, como las hispánicas o las románicas, en las que, a mi juicio, es una materia esencial. Es paradójico, pero hace 150 años España era un país atrasadísimo en el que la mitad de los hombres cultos que había eran capaces de leer textos latinos.

-Ahora, nada. Con lo bien que suena el latín...

-Es verdad. Es un idioma solemne y rotundo, pero no sólo eso. Cuando tomamos las «Sátiras» de Horacio, el libro por el que me han concedido el Premio Nacional, es que te partes de risa. Es increíble que aquellos romanos fueran capaces de reflexionar en una tertulia sobre los asuntos de la vida como podríamos hacerlo hoy en un chigre en Sama. Ahora que hablamos de la millonada que cobran algunos futbolistas, nos encontramos con el mismo debate entre los contertulios de la obra de Horacio. Claro, no hablaban de futbolistas, sino de gladiadores.

-No hemos cambiado tanto.

-Casi nada. El ser humano sigue siendo el mismo. Y los sentimientos, igual. Los buenos y los malos.

-Dentro de unos años, ¿quién estudiará Latín?

-Bueno, desde la Sociedad Española de Estudios Clásicos nos defendemos como gato panza arriba. Hemos conservado, por ahora, un lugar al sol. En Alemania hay un itinerario escolar donde se estudian siete años de Latín y cuatro de Griego.

-Y de Horacio, ¿qué me dice?

-Era un gran tipo. Un poeta con gran sensibilidad que llegó a hacerse amigo del mismísimo Augusto, aunque fuera hijo de un antiguo esclavo. Horacio era un hombre humilde, amigo de sus amigos y que criticaba, es cierto, pero siempre con una sonrisa.

-¿Recuerdos de Oviedo?

-Muchos. Llegué a Oviedo para ocupar mi primera cátedra y me tocó establecer la sección de Filología Clásica en el entrañable edificio de la plaza de San Vicente. En Oviedo me casé, en Oviedo nacieron mis gemelos y en Oviedo se bautizaron, en la parroquia de San Juan. Me queda un gran anclaje con esa tierra.

-Y en los años setenta y ochenta, ¿cómo andaba de número de alumnos?

-Más que muchos, eran buenos. En las asignaturas de primer ciclo no se solía bajar de cincuenta. Muchos llegaron a ser profesores, como Alfonso García Leal, Pedro Manuel Suárez, Olga Álvarez Huerta, Juan José García, Santiago Regio o Javier Uría, el nieto de don Juan Uría. Gente vocacional, motivada, con buena cabeza y buen corazón.

«Muchos de mis alumnos de la Universidad de Oviedo llegaron a ser profesores. Gente vocacional, motivada, con buena cabeza y buen corazón»