Vicente Aranda habita eso que el personal categoriza, inmisericorde y unívoco, como «cine español». Sólo se escapan de ese saco popular (y populista) aquellas películas «que no parecen españolas» (de entre las últimas, «Celda 211» y, escarbando, «Tesis»). Esta definición de «película española» se caracterizaría, pues, por un presupuesto bajo (y la sospecha de subvenciones), una marcada afición al ritmo pausado y al drama (de la comedia se ocupa «la españolada»), una buena dosis de carnaza estrambótica (sin caer en «No desearás al vecino del quinto»), una constante revisitación del pasado reciente (especialmente de la Guerra Civil, esto también la alejaría de «la españolada») y un izquierdismo hiperbólico (en genérico, ¿para qué ahondar?, que va desde el trotskismo hasta la socialdemocracia).

Lo curioso es que una parte de la filmografía de Aranda se acoge a esta descripción grosera y simplista (dos básicos de la peor producción del director barcelonés). Siguiendo esta línea, mantienen a flote «Luna caliente» sus discretas hechuras de «noir» (crimen, femme fatale, culpa). El resto de la cinta se sumerge en un artificio grandilocuente y vacuo (su trasfondo de forespán histórico) que se añade a calzador con tal de inflar el metraje. Si la macrohistoria de «Chinatown» intuía una operación urbanística en la que germinaba su trama de corrupciones e incesto, la ambientación del filme durante el proceso de Burgos no aporta nada (y nada podría aportar) a un guión de actores desubicados (Gutiérrez Caba replica su personaje de «Un buen hombre»), escenas imposibles y una sorpresa. Que Thaïs Blume salga ilesa.

Escena inicial de «La cuarta fase». Milla Jovovich mira a cámara. Plano medio. «Hola, soy Milla Jovovich y les voy a contar una historia». Como Alfred Hitchcock en su serie o Edward Mulhare en «Secretos y misterios», la actriz nos revela que lo que vamos a ver a continuación combina vídeos caseros, entrevistas, documentos, audios y recreaciones dramáticas (en las cuales Jovovich interpreta a la protagonista). La misión de este «trabajo de investigación» es «reconstruir» una abducción alienígena en un pueblecito de Alaska, recreando el libro de estilo de los «programas dedicados al misterio» (robo esta descripción del feriante Íker Jiménez).

Lo interesante del largometraje de Olatunde Osunsanmi no se encuentra en su historia, una serie «B» de ovnis con presencias notables (Will Patton o Elias Koteas), sino en su forma de contarla. Las grabaciones, los testimonios, las entrevistas..., todo aquello que da sustancia «real» al filme, es ficción. Asimismo, la dramatización de los hechos (con Jovovich de actriz principal) es una ficción encima de la anterior. A pesar de que, en el fondo, constituya otro ejemplo de estrategia de marketing («El proyecto de la bruja de Blair»), el gran mérito de la película reside en desmontar los elementos fílmicos (audios distorsionados, vídeos difusos, testimonios de autoridad) que programas paranormales como «Cuarto milenio» utilizan para dar «validez científica» a sus ficciones (sin advertir, claro, al espectador de que son tales). Vean «La cuarta fase» como quien asiste a la explicación de un truco del gran Juan Tamariz. Después, cada vez que les asalte el rostro de Íker Jiménez, sólo podrán reír.