No hay duda de que la Sinfónica del Principado mantiene alto el listón y los conciertos salen «redondos» cuando todos sus responsables caminan en la misma dirección. Una vez conseguida la estabilidad hay que buscar la manera de avanzar. Y la OSPA está en un buen momento para ello, con los recursos con los que cuenta y con una perspectiva de futuro. Conciertos como el del jueves en Avilés, que se repitió al día siguiente en Oviedo, son una prueba de ello, al cargo de la mejor OSPA. Comprobamos la madurez de un joven director como Michal Nesterowicz, el último responsable de la versión musical, en un programa en el que la OSPA mostró dos caras, una más camerística y otra más «espléndida». Esta última imagen nos hace plantearnos de nuevo la necesidad de aumentar la plantilla, para acometer todo tipo de repertorios, amén del nivel que siempre muestran los refuerzos que son ya habituales en la orquesta.

Beethoven llegó con sus sinfonías hasta lugares insospechados del género por aquel entonces, por eso no es de extrañar que su primera sinfonía no sea precisamente de las más valoradas desde el punto de vista compositivo. Sin embargo, si analizamos la partitura encontramos novedades que significan la antesala de su producción más revolucionaria. Con la «Primera» se abre un nuevo período musical, como no podía ser de otra manera con base en «papá Haydn», cuyas obras eran entonces la referencia. La Historia se escribe sobre la Historia.

La OSPA no perdió de vista en ningún momento el sentido de proporción inherente a la sinfonía, que hace que este Beethoven nunca se desborde. Pero al mismo tiempo asoma el genio del compositor en las disonancias, el trabajo motívico, o el «Scherzo», todavía disimulado en la partitura bajo el tradicional «Minuetto». Nesterowicz se mantuvo en la estela clásica adecuada, con una dirección sin aditamentos, frente a una orquesta preciosista en su sonido, vital, y con logradas dinámicas.

La OSPA más imponente llegó en la segunda parte, con el esperado poema sinfónico de Strauss. «No he querido escribir música filosófica ni traducir musicalmente la gran obra de Nietzsche. Sólo me he propuesto hacer un cuadro del desarrollo de la raza humana desde sus orígenes, hasta llegar a la concepción nitzscheriana del Superhombre», dijo el propio compositor. Strauss se inspiró en la obra de Nietzsche como un homenaje musical a una «raza» en constante lucha entre el mundo terrenal -el del hombre- y el celestial. Así se enmarca una página de una instrumentación suntuosa, que el director polaco manejó con sentido musical y dramático admirables.

La orquesta asturiana respondió con lucidez y compromiso, en una obra que trabaja los timbres y contratemas individuales, y que representan continuas alegorías a los contenidos de la obra de Nietzsche.

En la nueva filosofía dramatizada, la moral -impuesta- quedaría desbancada por la veracidad como la virtud suprema. A lo que debe así aspirar el hombre es al «Superhombre», que dicta sus normas y acepta la voluntad de poder. Una libertad idealista con la que Strauss culmina su obra musical. En el desarrollo de este discurso, la OSPA apareció ensamblada en el amplio catálogo de recursos orquestales que presenta la obra, mientras se percibían los temas y los planos sonoros que dominan uno u otro número, inspirados en los diferentes capítulos del libro homónimo.