La película "Áyami", candidata a los Oscar y una cruda historia de conflictos y violencia en un suburbio de Yafa, localidad árabe de Israel, abre las puertas de Hollywood a dos directores primerizos y a un amplio reparto de actores amateurs.

El suburbio de Áyami, en el sur de Yafa (adyacente a Tel Aviv), sirve en el film de escenario para una trama de venganza, crimen y drogas que sus directores y guionistas, el judío israelí Yarón Shaní y el árabe-israelí Scandar Copti, emplean para describir habilmente el cruce de conflictos y enfrentamientos en la sociedad de Israel.

Las hostilidades entre árabes y judíos, entre musulmanes y cristianos, el machismo o el desdén de los residentes de los territorios palestinos hacia los árabes que quedaron en territorio israelí tras el nacimiento en 1948 del Estado judío y que hoy tienen ciudadanía israelí, son algunos de los temas tratados en la cinta.

También queda reflejada la tensión entre la Policía y el Ejército, el choque entre los mayores y los jóvenes, o el conflicto siempre latente de la ocupación de los territorios palestinos, que está detrás de dramas como el control militar, la inmigración ilegal, la pobreza o el miedo.

Todo ello tiene como marco el barrio de Áyami, situado a pocos metros de la costa mediterránea y en el que se mezclan nuevas y lujosas viviendas, tradicionales edificios de piedra palestinos de dos siglos de antigüedad y casas cercanas al chabolismo.

El codirector reconoce que "algunos espectadores salen de la película pensando: '¿Ves? Los árabes son violentos y no se puede confiar en ellos', pero muchos otros salen con otra perspectiva, entienden qué hay detrás de la violencia que ven en la televisión y los periódicos y pueden ver a los seres humanos tras ella y sus motivos".

La cinta, rodada en árabe y hebreo, es la tercera consecutiva (tras Vals con Bashir y Beaufort) que lleva a Israel a ser finalista para la mejor película de habla extranjera en los Óscar, que se disputará el próximo 7 de marzo con películas como la peruana "La teta asustada", de Claudia Llosa, y la argentina "El secreto de sus ojos", de Juan José Campanella.

Su elaboración ha seguido un largo proceso de siete años, en el que han participado más de 150 actores no profesionales.

El resultado final, grabado en 23 días con dos cámaras, es una fuente de satisfacciones para el equipo, que ha visto premiados sus esfuerzos con nominaciones y premios en Cannes, Venecia y Tesalónica, recorrido culminado con la nominación a los Óscar.

Para Shaní, uno de los grandes méritos de su primer largometraje es que "las actuaciones son muy poderosas".

"Los actores no recibían el guión antes de actuar, y no sabían lo que iba a pasar, pero estaban muy identificados con su personaje y reaccionaban exactamente como ponía en el guión, aunque con sus propias palabras", explica.

"En la película nadie llora porque le hayamos dicho que llore. Todo estaba improvisado, les metíamos en una situación y a partir de ahí tenían que reaccionar. De ahí la fuerza de la interpretación", añade.

Esa frescura interpretativa se ha podido lograr gracias a un contacto cercano con los actores, con los que han trabajado en talleres durante cerca de un año para que se identificasen plenamente con sus personajes.

Shaní ve "difícil" hacerse con el Oscar, algo que nunca ha conseguido el cine israelí, pero asegura conformase ya con la nominación, un honor que nadie en el humilde equipo de "Áyami" pensó jamás alcanzar.