Oviedo,

Elena FERNÁNDEZ-PELLO

Son independientes, más maduros y están acostumbrados a asumir responsabilidades, pasan mucho tiempo solos mientras sus padres cumplen con agotadoras jornadas laborales, se ocupan de las tareas domésticas y dedican buena parte de su tiempo a actividades extraescolares para mejorar su castellano y seguirle el ritmo al resto de su clase. Así son los hijos de la inmigración en Asturias, una comunidad autónoma donde la presencia de niños de otros países es ínfima, muy por debajo de la media nacional.

Dos investigadoras de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo, Gloria Braga e Isabel Hevia, son las autoras del primer estudio sobre la infancia inmigrante en Asturias. El informe, publicado con el título «Una mirada hacia la infancia inmigrante en Asturias», ha sido encargado por el Instituto Asturiano de Atención Social a la Infancia, Familias y Adolescencia y ha contado con las opiniones de niños, familiares y educadores, circunstancia que destacó su directora, Gloria Fernández.

Las estadísticas más recientes manejadas por sus autoras datan de 2008. En aquel año vivían en Asturias 7.550 menores de 19 años de origen extranjero, un 5% de la población total de la comunidad de esa franja de edad. Según Gloria Braga, es uno de los tres porcentajes más bajos del país, sólo superior a los de Extremadura, Galicia y Ceuta, y muy inferior a la media nacional, que es del 11%.

La mayoría de los niños que recalaron en Asturias llegaron de América del Sur. Nada menos que el 46%. Y, por países, los más numerosos son los niños ecuatorianos, seguidos de rumanos y colombianos. Los menores rumanos, en un par de años se multiplicaron por cuatro. En 2008 eran ya 966.

¿Y dónde viven? La mayoría en la zona central, donde hay más oportunidades laborales, el 43% en la comarca de Oviedo y el 30% en la de Gijón. Suelen vivir con ambos progenitores, pero no son raros los casos en que únicamente la madre, que ha emigrado en solitario, cuida de ellos. En cualquier caso, subrayó la autora del informe, «las madres tienen una fuerte presencia en la familia, afectiva y económica». Son ellas, sobre todo, las que inculcan a sus vástagos el espíritu de lucha y la cultura del esfuerzo, valores que les ayudan a sobreponerse al sentimiento de «duelo» que les invade al llegar a un país extraño.

La soledad es quizá la mayor amenaza que se cierne sobre estos niños. «Pasan mucho tiempo libre solos, no tienen familia extensa que cuide de ellos y los padres tienen serios problemas de conciliación laboral», explicó Braga. Los vecinos suplen a menudo a las familias, y se integran bien en la escuela, donde los profesores los describen como alumnos «altamente motivados, con capacidad de superación y respeto hacia la institución escolar».

En Asturias, en 2008, estaban escolarizados 6.100 alumnos extranjeros de 91 nacionalidades y más de 200 lenguas distintas. En la escuela, los niños inmigrantes son un valor, una oportunidad para fomentar la educación multicultural. Los sudamericanos suelen llegar con graves deficiencias de escolarización; los de Europa del Este tienen mayor nivel cultural que los españoles y les cuesta entender la indisciplina en el aula; los marroquíes han de superar su desconocimiento del idioma y las diferencias religiosas y las niñas suelen ser poco participativas, y los chinos son «trabajadores, muy organizados, sumamente respetuosos», con buena formación matemática y musical.

El estudio también aborda cuestiones como la salud de estos niños, con una dieta más sana que la de los españoles, con más frutas, verduras, cereales y zumos y sin golosinas porque, fundamentalmente, no hay dinero para ellas. Los niños extranjeros tienen menos probabilidades de ser obesos, diabéticos o sufrir una enfermedad cardiovascular que los españoles.