Acevedo (Grado), Lorena VALDÉS

«Nunca pensé que me iba a morir, pero cuando le pregunté al médico: "Y si no hago el trasplante, ¿qué pasa?", su respuesta fue demoledora: Si no lo haces, las posibilidades de supervivencia son muy cortas».

La vida de la moscona Pilar Martínez de la Fuente cambió para siempre el pasado 29 de diciembre. Ese día se sometió a un trasplante de cordón umbilical en el Hospital Central de Asturias. Casi dos meses después, su caso puede ponerse como ejemplo de rápida recuperación, coraje y optimismo. «Me encuentro fenomenal. Soy de pueblo, y eso se nota, somos más fuertes», bromea.

A Pilar le detectaron en 2001 una anemia hemolítica, una afección que reduce la presencia de glóbulos rojos en la sangre, debido a su destrucción prematura, a la que se sumaba un linfoma Waldestrom. «Tras someterme a un tratamiento me recuperé; sin embargo, en 2008 volví a tener un brote rebelde de anemia y estuve ingresada un mes. Los médicos me mentalizaron de que el trasplante era la única solución. Mi anemia era una bomba de relojería que podía explotar en cualquier momento».

La primera opción que se barajó fue recurrir a Pepe, el único hermano de Pilar. Los hermanos de un paciente tienen la mayor probabilidad de ser donantes compatibles para un trasplante de células madre. Sin embargo, en este caso no hubo suerte. «No quedó más remedio entonces que buscar un par compatible en el registro de donantes voluntarios de médula ósea», explica la moscona.

El tiempo jugaba en contra. No aparecía un donante. Finalmente, los médicos decidieron recurrir a un trasplante de cordón umbilical. Las células de un niño valenciano sustituirían al cien por cien las de Pilar. «Ingresé la víspera de Nochebuena, pensé que me iban a dejar pasar las fiestas en casa, pero viví una Navidad muy diferente. Preferí estar sola los primeros días y que mi marido se quedase en casa con nuestras hijas. Todos nuestros familiares y amigos arrimaron el hombro en el momento que más los necesitábamos», recuerda.

Cinco días después, llegó el momento del trasplante. Así lo describe la moscona: «El proceso es similar a una transfusión de sangre y duró sólo unos diez minutos. Además, apenas sufrí efectos secundarios».

Lo peor de su etapa en el hospital fue estar separada de mi familia. «Mis hijas, Nadia y Yara, venían a visitarme a través de un cristal y hablamos por el teléfono móvil. Yara me decía: "Mamá, ¿no puedo darte aunque sea un abrazo pequeño?"».

Otro momento traumático para Pilar fue cuando recibió el alta tras 23 días de hospitalización. «Se me vino el mundo encima. Me preguntaba qué iba a ser de mí. Tenía una sensación similar al "síndrome de Estocolmo" que sufren los secuestrados, me volví dependiente de los cuidados y las atenciones que todo el equipo sanitario me había ofrecido. Tenía miedo irme a casa y ponerme mala».

La emoción se apodera de ella y las lágrimas asoman por sus ojos. «Para mí, el trato fue como el del mejor hotel de cinco estrellas. No tengo suficientes palabras de agradecimiento para las doctoras Consuelo Rayón, Dolores Carrera, Soledad Muñiz y el doctor Carlos Vallejo, y para los enfermeros y el resto del equipo», subraya.

Pilar supo sacar partido a su estancia en el Hospital Central. «Me la tomé como unas vacaciones antiestrés», relata. Lectora voraz, aprovechó para leerse cuatro libros «de los gordos, de esos con los que normalmente no te atreves». Llegó un momento en que el día se le quedaba corto. Asimismo, superó una asignatura largamente pendiente. «Nunca había sido capaz de andar en bicicleta y en la habitación me pusieron una estática para no perder masa muscular».

Hace un mes, la paciente regresó a la casa familiar de Acevedo y pudo disfrutar de una de sus debilidades gastronómicas, un buen cocido. «No sabes las ganas que tenía de comer un buen pote de berzas», comenta sin perder ni un momento la sonrisa.

Han pasado casi dos meses del trasplante y hoy, ya con la vista puesta en volver a trabajar, acude semanalmente a una revisión y toma a diario la medicación indicada. «Tengo ganas de que el médico me dé más libertad condicional», suspira la paciente. De momento, no falla a su cita con el tradicional mercado moscón. Durante el recorrido, vecinos y amigos se interesan por salud. «La gente me para y me pregunta: "¿Qué tal la operación?". Yo contesto que bien, porque sería muy largo explicarles todo el proceso».

En este tiempo, ha constatado que «todavía hay mucho desconocimiento» sobre los trasplantes. Y tiene claro que «deben crearse más bancos de donación públicos, porque es una pena que se tiren a la basura los cordones umbilicales y que haya personas que se mueran esperando un donante».

El sol entra por la ventana de la casa de Acevedo. Pilar mira al horizonte y sonríe ante un futuro lleno de esperanza. No es para menos. La vida le ha dado otra oportunidad y ella piensa aprovecharla.