Oviedo, J. N.

El escritor Jimmy Burns decidió investigar sobre la participación de su «padre anglosajón, Tom Burns, en la Guerra Civil española y en la España de la Segunda Guerra Mundial, en cuyo transcurso conoció a mi madre, Mabel, y se casó con ella», que «era la hija menor del doctor y escritor Gregorio Marañón, de cuya muerte se conmemorará en esta primavera el cincuenta aniversario», y de ahí salió un retablo de agentes secretos en el que todos conjugaban como un cantar infantil, la cantilena «yo espío, tú espías, él espía». El título del libro, claro, es «Papá espía» y acaba de aparecer.

En las guerras hay tres tipos de actores: los que se juegan la vida en el frente, los que se juegan la vida en la retaguardia y los que pudiendo o debiendo estar en el frente militan en la retaguardia con complejo de culpa y por eso muy inclinados a inventar -a posteriori sobre todo- aventuras inverosímiles en las que arriesgaron su vida y lances personales que fueron más decisivos incluso que las batallas cruciales.

El Madrid de posguerra era escenario abonado para esas historias. Y como no está clara la razón por la que en la capital de España se manejaban grandes secretos bélicos internacionales, más que de historias cabría hablar de leyendas.

Jimmy Burns, nacido en 1953 en Madrid y siempre a caballo entre Inglaterra y España, cuenta que los primeros recuerdos de su progenitor Tom Burns «son los de un padre presente algunos fines de semana, pero más a menudo ausente en viajes de negocios al extranjero, aparentemente interminables, que a mí me decían que estaban relacionados con su trabajo. Era un editor por todos conocido, entre cuyos amigos figuraban autores importantes como Graham Greene y Evelyn Waugh. Creo que yo tendría alrededor de 8 años cuando mi padre me presentó en una calle de Londres a un hombre que me produjo un gran impacto por lo apuesto y lo misterioso que era. «¿Quién era?», pregunté tras el breve encuentro. «¡Qué más da! Trabaja al servicio de Su Majestad».

Tiempo después, en casa, «oculta entre montones de papelajos, encontré una pistola alemana marca Mauser y una cámara espía, marca Minox, de fotos en miniatura. Me quedé desconcertado ante la incógnita de qué era exactamente lo que estaban haciendo allí».

«Tom Burns», relata ahora su hijo, «había conducido una ambulancia desde Inglaterra a Burgos en 1937 y había apoyado la propaganda contra la República que el duque de Alba y otros organizaban desde Londres. Una anciana en Inglaterra recordaba haberse reunido durante la guerra con agentes ingleses en España, como el actor Lesley Howard, y haber pasado a máquina los informes secretos de mi padre sobre presuntos espías alemanes, el funcionamiento interno del régimen de Franco y las conspiraciones de los monárquicos en Lisboa».

Pero hasta febrero de 2008 no se rompieron los muros del silencio oficial con «el mensaje que yo había estado esperando. Una llamada de teléfono de una fuente amiga me informaba de que se había identificado el expediente personal de mi padre, conservado por los servicios británicos de seguridad MI5 durante 67 años».

Como indica el escritor, los archivos confirmaron «que mi padre había estado implicado en varias operaciones clandestinas culminadas con éxito contra los nazis en España y la Francia ocupada, entre las que cabe mencionar «El hombre que nunca existió», por la que los aliados hicieron pasar el cadáver de un vagabundo por el de un oficial del Ejército británico y llenaron sus bolsillos de documentos militares falsos con la idea de permitir que los alemanes lo descubrieran, aparentemente ahogado en una playa cerca de Huelva».

El escritor añora: «"Una fuente dice que Burns está locamente enamorado de Conchita Olivares"», informaba un oficial del MI5, con el detalle añadido de que la mujer en cuestión llevaba y traía a mi padre tras ella, de aquí para allá, por todas las fiestas que se daban en Madrid. La tal Olivares era la atractiva hija del cónsul español en Londres y cuñada de un marqués español del que los servicios secretos británicos sospechaban que era un activo pronazi. De hecho, la fuente no proporcionaba ninguna prueba complementaria que sustentara la idea de que mi padre estuviera pasando a Olivares secretos de Estado. El expediente del MI5 contenía dos informes sobre Olivares, tras lo cual se olvida el tema, es de suponer que por falta de nuevos datos incriminatorios sobre lo que, en cualquier caso, se reveló como una pasión mutua de corta duración. No obstante, los detractores de mi padre no se rindieron así como así».

En otro lance «la secretaria personal de mi padre, a la que confidencialmente se da el nombre de M12, recibió el encargo de seducirlo y de colaborar en montar una acusación contra el presunto traidor. El tiro les salió por la culata cuando M12 no sólo informó de que mi padre ni siquiera le había puesto un dedo encima, sino de que la había convencido, además, de que él era una persona mejor informada sobre España que muchos de sus compatriotas».

En fin, «también se desmontó una campaña de algunos funcionarios británicos para que Tom Burns fuera destituido de su puesto» cuando se describía «el trabajo de mi padre en Madrid como crucial para la causa aliada. Los que conspiraban contra mi padre eran Kim Philby, Antony Blunt y Thomas Harris, de los que, mucho después de acabada la Segunda Guerra Mundial, se descubrió» que eran agentes soviéticos mientras trabajaban oficialmente para los servicios secretos en el MI6 y el MI5 sobre asuntos de la península Ibérica».

Amante, padre, editor... espía, como en las novelas de Le Carré.