El ensayista satírico Karl Kraus (1874-1936) no había conocido aún a la joven de diecisiete años Irma Karczewska cuando, inspirado en el amor que le profesaba a su esposa, la actriz alemana Annie Kalmar, escribió en «Die Fackel» su artículo «En alabanza de la prostituta», donde predicaba el derecho y el deber de cada mujer de ser puta. Con Karczewska, hija de un portero de los arrabales de Viena, ordinaria y despreocupada de todo salvo de satisfacer su lujuria y dar rienda suelta a los caprichos que le consentían sus amantes, se percataría de lo prisionero que a veces puede ser un hombre de sus palabras.

Aquella niña hipersexuada incapaz de conocer el mundo de los adultos fue protagonista en la Viena que precedió al nazismo de uno de los triángulos amorosos que más han dado que hablar de la historia. Protegida de Karl Kraus y mitificada por su hijo artístico, el médico Fritz Wittels (1880-1950), acabaría siendo objeto de reflexión para Sigmund Freud y cayendo en los brazos de otros muchos hombres, entre ellos Sigfried Wagner, hijo del compositor Richard Wagner, y de Frank Wedekind, que se inspiró en ella para su personaje Lulú, de La caja de Pandora. La pequeña Irma excedía lo que la inspiración permitió imaginarse de ella. En Venecia, con motivo de un viaje de placer, le exigió a Kraus un piano de caoba de media cola que no sabía tocar y se interesó más por los dídimos de una enorme estatua de Hércules que por la obra de Tiziano. Al hijo de Wagner lo persiguió por todos los canales.

El mito de la mujer fatal tendría más de una cara. En aquel tiempo un inquieto reportero, Samuel Wilder, conocido más tarde como Billy Wilder, publicó detalles del triángulo amoroso por encargo del periódico donde trabajaba, «Die Strunde». En su cruzada contra Kraus, auténtico especialista en crearse enemigos, este diario husmeaba en la vida privada del corrosivo satírico. Ya en Hollywood, Wilder dirigió en 1963 una de sus populares comedias, Irma la dulce, protagonizada por una prostituta parisina, treinta y cuatro años más tarde de que Georg Wilhelm Pabst, llevara a la pantalla Die Büchse der Pandora, con la fascinante Louise Brooks en el papel de Lulú. Paul Auster eligió a Mira Sorvino para encarnar el mito en la película Lulu on the bridge. Y la mujer fatal tiene su vertiente más acusada en la Lolita de Nabokov, sin que ello signifique que las nínfulas no sirviesen de inspiración a otras decenas de autores.

Si Kraus tuvo tiempo para sentirse preso de su loa a las prostitutas por la carga insoportable que acabó siendo su protegida la mujer niña, como la definió Wittels, peor le resultó todo aquello al médico discípulo de Freud. Irma lucía con desparpajo los abrigos de pieles y las joyas que le regalaba Kraus, para seguidamente ofrecerla a sus mejores amigos. Según circulaba en los ambientes vieneses, el temido escritor satírico tenía por costumbre y placer recibir a las mujeres salidas de los brazos de otros hombres.

Wittels ejercía con la nínfula de enfermero y amante. Llegó a decir de ella que la tenía toda para él, en la medida que se puede monopolizar a una hetaira griega nacida fuera de época y carente de otro principio que no fuese no tener ninguno. El profesor se había prendado de su Lolita particular hasta el punto de descuidar las obligaciones profesionales contraídas y dedicarle encendidos elogios en la prensa que supusieron la ruptura con el circulo médico al que pertenecía. Los hombres de ciencia querían permanecer ajenos al escándalo que encendía Viena. En 1910, Wittels decidió escribir una novela (un roman á clef) sobre su protegida y, al mismo tiempo, responder a los ataques contra el psicoanálisis, de Kraus, con el que ya se había enemistado. Freud, tras leer el borrador, le advirtió de que desistiese de publicarlo. «Si no publica el libro no perderá nada, si lo publica lo perderá todo», le comunicó. El médico, encoñado, siguió adelante y ello le costó que su trayectoria científica quedase en una nebulosa, a pesar de haber contribuido al psicoanálisis con valiosas aportaciones, ser autor de una defensa pionera del aborto y de la libertad sexual, entre otros asuntos tabúes incluso en aquella Viena culta de entonces.

Freud sacó en limpio que las mujeres bellas, el crimen y las fieras alimentan nuestro narcisismo. Wittels, del que ahora se cumplen 60 años de su muerte en Nueva York, nos ha dejado unas memorias, Freud and the Child Woman, que son un monumento a la subcultura erótica fin de siècle.