Ahora, al año de su muerte, es cuando se puede, y se debe, comenzar a estudiar lo que más nos importa de ella como escritora que fue: su obra, digamos la ficción; lo cual hace necesario saber de su vida, llamémosla realidad. Porque su realidad aseguro que influyó en su ficción, me atrevo a decir que en buena parte de ella. Así, quien lo emprenda logrará un buen estudio. No sólo de la vida y la obra de la autora, sino también de su época; sus venturas y desventuras fueron las de una mujer del siglo XX, una realidad que criticó (unas veces positiva, otras negativamente) en su ficción.

Pasado un año de su muerte, supongo que han sido llevados por el viento todos los tópicos -alguno quedará- con los que los hubo pretendieron retratar su vida o comentar su obra.

Ahora ya, atrás, muy atrás se ha ido quedando lo superfluo -lo peor el halago vano-, afortunadamente. El viento lo que sí dejó ha sido lo sensato. El análisis de su obra lo requiere. Porque para estudiar una obra como la de ella -compuesta por miles de obras- hay que ser muy sensato, de buen juicio. No perderse entre millones de frases...

Hace años, me aconsejó Delibes -«me habría encantado escribir "Los santos inocentes"», dijo ella en un autorretrato- que escribiera algo todos los días, aunque sólo fuera un folio.

¿Qué hubiera respondido ella, que tantos folios -«páginas» las llamaba- escribía al día?

Sonreír, sí que sonreiría a su autor preferido: «Nadie como Miguel Delibes». Aunque, en su autorretrato, también añadía: «¿Sabe quién me gusta también? Corín Tellado. Habla sobre sentimientos y eso me interesa».

Llegó a escribir en sus últimos años, sobre todo, porque otros tenían la necesidad de leerla. Escribía, y lo hizo hasta tres días antes de morirse, para quienes «hasta ahora no me han fallado»: los lectores.

Siempre utilizando, como ella dijo, «un lenguaje sencillo», «mi literatura es de evasión y sólo tiene la finalidad de entretener»... Recibiendo, por sus historias, el mejor premio: «Cuando la gente me para por la calle y me dice que la ayudé y la hice feliz, con eso me basta».

Sí, es ahora cuando hay que comenzar a estudiar a la más grande fabuladora de novelas y cuentos románticos; o, dicho más popularmente, de novela rosa, que también es llamada novela sentimental.

Para ello, hay unos buenos pilares; por ejemplo, el libro de María Teresa González García, que nos dice que espera que su trabajo «sea seguido por muchos otros», con un brillante prólogo de Gustavo Bueno.

Ella, a una de sus biógrafas, Blanca Álvarez, le comentó que, si miraba atrás, «toda mi vida es una larga sucesión de libros, de historias»; con las que habría sido, al igual que sus personajes, feliz o no.

Por mi parte, a la sucesión de libros, historias... añado algo sobre lo que creo que no se ha hecho comentario hasta ahora: los títulos de sus obras. Porque son miles, muchos miles... Y lo de poner títulos a las obras no es empresa fácil para los creadores.

Corín Tellado -una de las mujeres más cariñosas que he conocido-, dominaba el arte de titular. Por lo que no me extraña que, antes de iniciar una historia, le pusiera el título. Seguro que, así, el camino ya lo tenía allanado.

«Vivimos como queremos», es uno de sus títulos. Pienso que ella vivió como quiso: entregada a la literatura. Lo demás son otras historias, que se pueden incluir, o ya están, en sus obras.