Gran parte del mundo al que llamamos civilizado, ese primer mundo siempre quejumbroso, celebra hoy el Día del Libro, especie en extinción a la que persiguen a diario la estulticia, la mala leche, la prisa y el regodeo en la basura reinantes. Por eso, hoy más que nunca, es preciso regalar libros a quienes los detestan, a ver si la cabeza se les ventila y el horror se mitiga. Pongan el amable lector y la amable lectora, si es su gusto, los femeninos correspondientes a los determinantes, sustantivos y adjetivos masculinos que aquí suelto, que de hacerlo yo nos daría la del alba.

Libros para los nazis que pueblan las gradas de los estadios de fútbol y pudren el aire con sus alaridos y sus cánticos de rencor, racismo y miseria mental, ensombreciendo el disfrute del mayor espectáculo del mundo. Libros para los bocazas airados de los estercoleros televisivos, empeñados en que su submundo es el único posible. Libros también para sus fieles seguidores. Libros para los adolescentes cuyo modelo de diversión durante el finde consiste en arramblar con el mobiliario urbano, arruinar jardines y sembrar los espacios públicos de la mierda que generan sus borracheras y demás comiditas que se procuran. Libros para los adultos que se han erigido en campeones de la lenidad, blandos como la espuma cuando se trata de exigir el cumplimiento de los deberes o el castigo de las faltas de los menores a su cargo. Libros para los jóvenes «ni-ni» (ni estudian ni trabajan), adictos al calimocho a costa del trabajo ajeno, que les despabilen de su condición parasitaria, de su chupar del bote con toda la cara dura del mundo mundial sin ápice de vergüenza torera.

Libros para quienes no cesan de generar ruido, incapaces de hablar por sus móviles en tono y volumen de conversación privada, obtusos hasta para pegar un sello o meterse en la cama sin que todo el barrio se entere. Libros para que los golfos apandadores de la política se vean retratados en todo su espantoso cinismo, a ver si su desfachatez mengua al contemplar en el espejo la sordidez ladrona de su conducta, aunque lo dudo. Libros para quienes han entronizado lo joven como valor en sí mismo y la moda global, redundante, como su distintivo, uniformando cuerpos, despojando mentes. Libros para aquellos que beben y comen y vuelven a beber a cuenta del contribuyente a quien achacan la crisis. Libros que quiten de la cabeza que es obligado viajar a humillarse en cruceros hacinados, en aviones de juguete, en playas apestosas, en montes como papeleras, sólo porque es lo que toca esta temporada. Libros como entretenimiento saludable que sustituya al berreo de los famosos y al barritar de los cotillas. Libros para sacarnos del sueño insensibilizador que ha convertido la desgracia en normal compañera de telediario, sin que ya nos espante. Libros y libros para los maltratadores machistas, a ver si acabamos con esa peste atroz, devastadora, vil, abyecta. Libros para los maltratadores de animales domésticos, para exterminar su prepotencia. Libros con urgencia para cualquiera al que se le pase por la imaginación tocar un pelo a un niño, estafar a un anciano, aprovecharse de la discapacidad de un semejante.

Libros para los cursis del «me gusta mucho leer pero no tengo tiempo», a ver si se dan cuenta de la contradicción en que caen al decirlo. Libros para los burócratas de la enseñanza, los maulas del aula, los profes cogebajas profesionales, los que desprecian a los alumnos. Libros para los vinistas, hamburguesistas, cocinistas, salsistas, sushistas y retrogustistas, para mejorar sus cataderas intelectuales que no les permiten distinguir entre artes y Arte.

Libros para los depredadores del lenguaje, para los que impiden que algo se haga por tantas pegas como a todo ven, para quienes desprecian o ignoran el valor de los sentidos. Libros de verdad para quienes adoran goticismos, vampirismos y otras hemofílicas tendencias que tanto corroen las neuronas. Libros para los patéticos adultos amorrados a la eterna infantilización. Libros para los campeones de los malos modos, los maleducados, los gruñones de ventanilla, gran plaga que nos ahoga. Libros, en definitiva, para los que no quieren a los libros, pues quienes los amamos vivimos en un eterno 23 de abril. O lectura o barbarie, no hay más.