Simplificar es necesario pero no hace justicia a los maestros. Treinta años después de su muerte, la sombra de Alfred Hitchcock no sólo es oronda y reconocible, sino también alargada, ya que la vigencia de su cine sigue inalterable por una complejidad que iba más allá de las magias del suspense.

El cine debe mucho más a Hitchcock que un solo género. Todo giraba alrededor de unos ejes reconocibles: un falso culpable, una mujer rubia o un policía del que burlarse. La industria nunca dudó de su don para el entretenimiento, para convertir el cine en ese "pastel de vida" que uno engullía con facilidad.

Pero los críticos y posteriores cineastas de "Cahiers du Cinéma", especialmente Truffaut en su libro "El cine según Hitchcock", fueron los primeros en leer entre líneas. En sentir que en la receta del maestro había más de un ingrediente indigesto.

Rascaron en el entretenimiento y encontraron perversión. Descuartizaron el suspense y hallaron alta comedia y pulsión sexual. Y en la planificación de su cine escudriñaron las claves del cine moderno, porque Hitchcock manipuló a su público a nivel subliminal con una inocente cámara.

Iluminó un vaso de leche desde dentro en "Sospecha", introdujo el plano secuencia con resultados deslumbrantes en "La soga" o convirtió la teatralidad en algo sumamente cinematográfico en "Náufragos". Incluso el formato ahora de moda, el 3D, funcionó para él en "Crimen perfecto".

Su mujer, su guionista

Alfred Hitchcock había nacido en Londres en 1899 pero se nacionalizó estadounidense. Casado con Alma Reville, en ocasiones su guionista, aseguraba no tener relaciones sexuales desde que tuvo a su hija Patricia. Esa abstinencia sexual sublimada fue uno de los hilos más turbadores de su cine.

"Vértigo" era en realidad una historia de necrofilia. "La ventana indiscreta", puro voyeurismo. "Encandenados" definía al villano interpretado por Claude Rains por su manifiesta inferioridad sexual. Y la homosexualidad paseaba por entre los rostros del monte Rushmore en "Con la muerte en los talones".

¿Quién dijo inocencia? La pérdida de la misma hilaba "La sombra de una duda", uno de sus títulos predilectos, y la candidez de Joan Fontaine frente a la primera señora De Winter hacía que, aun en su ausencia, la verdadera protagonista del primer filme americano de Hitch fuese indudablemente la pérfida "Rebeca".

El mago del suspense no era un cineasta condescendiente con el débil. Disfrutaba mostrando la crueldad del instinto de supervivencia: el villano era más fascinante que el héroe, como en "Extraños en un tren". La madre devoraba psicológicamente al hijo, como en "Psicosis". Y la naturaleza imponía sus leyes a capricho, como en "Los pájaros".

Entre ese sadismo y la sensualidad volcánica emergía siempre elegante el humor con marca de la casa. Sólo una vez Hitchcock renunció al suspense, y fue para firmar una comedia: "Matrimonio original".