El primer Iron Man llamó la atención por dos cosas: la manera en que mostraba la evolución de su protagonista desde el vacío del poder hasta el poder del vacío a partir de un cautiverio rodado con brío y mesura, y, sobre todo, por la irrupción en escena de un estimulante Robert Downey Jr. que, frente a los desorbitados desmanes de los superhéroes habituales, proponía un personaje zumbón y zumbado, una especie de Bruce Wayne petulante y cínico sin grandes traumas detrás ni ampulosos propósitos justicieros. Y lo cierto es que la película aguantaba el tipo con gracia hasta que los creadores se daban cuenta de que tenían entre planos una película de superhéroes y abrían la caja de los truenos con las consabidas batallitas de efectos especiales donde Downey Jr. era engullido por la chatarra y todo se reducía a un despliegue de acción mecánica. Rutinaria. Olvidable y ya olvidada.

El éxito del original (un tanto inesperado quizás) ha llevado a sus responsables a jugar sobre seguro. Y tal vez les salga el tiro por la culata porque, sin el elemento sorpresa, Iron Man se convierte en un producto prescindible, entretenido si se acude a la sala con espíritu condescendiente y se pasa por alto la penuria de un guión demasiado aferrado a un humor atolondrado, con unos malvados desaprovechados y una excesiva pleitesía al espectáculo atronador (y no lo digo por su punzante banda sonora) y atosigante. A Downey Jr. se le da carta blanca para retorcer su personaje hasta convertirlo casi en una autoparodia (cuidado, este buen actor puede acabar convertido en un payasete a poco que se descuide y prolongue su idilio con Sherlock Holmes y demás «desmitificaciones») y, aunque algunas de sus intervenciones cínico-chuscas tienen gracia, llega un momento en que se embadurna de un histrionismo intrascendente. Esa superficialidad se traslada al resto de los muñecos del cine-cómic, de modo que el malvado interpretado por el luchador Rourke pierde fuelle tras una prometedora presentación y la picadura de Scarlett Johansson, que debiera ser tan impactante como la de Catwoman en el segundo Batman, resulta inocua y por momentos innecesaria. Ante la famélica situación de la cartelera actual, este Iron Man 2 llamará la atención como divertimento sin contemplaciones que juega con descaro la baza del alboroto y el estropicio al por mayor. Un juguete carísimo que pierde el discreto encanto del original y apuesta por la estandarización que garantice un taquillazo instantáneo.

Lástima que la primera víctima del éxito haya sido la evolución de un personaje que daba para más que un catálogo de casquería metálica que pronto se oxidará.