Oviedo,

-Francisco Brines puso su poemario por las nubes.

-Es un honor, como es un honor que mi nombre se asocie al de una figura de primerísimo nivel como es la de Emilio Alarcos. Brines es un gran lector de poesía, un maestro a la hora de penetrar en ella.

Adolfo Cueto Sánchez tiene 41 años, está casado, tiene dos hijas, de 7 y 5 años, es madrileño pero con orígenes familiares amplios en Asturias: Noreña, Gijón, Cangas de Onís, Infiesto... Su casa familiar en Noreña es refugio obligado para este poeta que confiesa beber en el último Juan Ramón Jiménez, e inspirarse en la obra y en el ejemplo vital de gigantes literarios como Pepe Hierro y Claudio Rodríguez.

-«Dragados y construcciones» es el título de su poemario. Igual le piden «copyright»...

-Pues habrá que consultarlo con Chus Visor, el editor. No creo.

-¿Qué encontramos en su obra?

-Reivindico la autenticidad del ser frente a la codicia y la mentira. En Madrid vivo en la zona financiera, en un entorno de cierta deshumanización.

-¿Poemas para llorar?

-No, nada de eso. Es un poemario que puede parecer duro al principio, y que pretende ahondar en lo más desolado para después levantarse.

-¿Escribe poesía por...?

-Es una necesidad. Con esto no se hace negocio; decía Vicente Aleixandre que la poesía no da ni para merendar, y eso que él era premio Nobel. No, yo entiendo esto como una carrera de fondo, asumiendo eso que se dice de que la poesía no tiene público, tiene lectores.

-¿Ha publicado antes?

-En el año 2000 publiqué un primer poemario titulado «Diario mundo»; en 2007 el Instituto Cervantes me editó otra cosa, y ahora está a punto de salir una tercera obra que se titula «Palabras subterráneas». Y supongo que en breve se editará «Dragados y construcciones».

-Se le acumulan los libros.

-Trabajé años sin publicar. Con la poesía, mejor no darse prisa ni plantear calendario. La poesía va por donde quiere.

-En el poemario ganador hay una referencia a Asturias.

-Es cierto. Un poema que tiene como escenario la estación de tren de Oviedo. Recuerdo que a ella llegábamos todas las Navidades y que comprábamos siempre un libro del último Nobel.