Oviedo, M. S. MARQUÉS

Reciente premio «Reina Sofía» de Poesía Iberoamericana y convencido de que la palabra poética deja ver el mundo con una mirada libre y tolerante, Francisco Brines, miembro del jurado del premio «Alarcos» de poesía, pasó por Oviedo con la cordialidad de quien no necesita esforzarse para satisfacer los requerimientos del prójimo. Autor de una poesía personal en la que refleja su interior, el autor de «Las brasas» continúa siendo fiel a esa singularidad que caracteriza su trabajo, si bien reconoce que la edad es distinta y que la poesía «viene cuando viene».

-Se le incluye en la Generación del 50, pero su poesía es metafísica y no social como la del grupo.

-No todos hicieron esa parte social; más que social fue poesía crítica: ésa es la diferencia con la etapa anterior. Era una poesía crítica pero que cuidaba mucho la forma. No era únicamente para decir cosas, sin estilo, para que llegara, yo creo que equivocadamente, a la gente, sino que se dirigía a la sociedad universitaria o burguesa con un nivel determinado de lectura, y cuidaba más esa parte de la forma. Era una poesía crítica, en contra de la situación política del momento.

-¿Por qué le interesan Cernuda y Claudio Rodríguez?

-Me interesan muchos más. Para mí la principal fuente de poesía de los siglos XX y XXI fue Juan Ramón Jiménez, que solamente se puede comparar en siglos anteriores con lo que representó Garcilaso para la poesía renacentista y barroca. La lectura del primer Juan Ramón, del poeta de la adolescencia, fue la que me situó dentro de la poesía. A Cernuda lo leí posteriormente y me hizo ver cómo tenía que situar la persona que soy yo dentro del poema.

-¿Y Claudio Rodríguez?

-Mi poesía no tiene mucha cercanía a la de Claudio Rodríguez. Dentro de mi generación es el más diferente y ha tenido mucha proyección en los poetas de las generaciones subsiguientes, incluso ahora. Yo lo admiraba objetivamente, pero no por conexión con su poesía. Hay otros de la generación de los que me encuentro más cerca como, por ejemplo, Jaime Gil de Biedma o cierto Valente. Mis elecciones eran más cercanas a éstos, aunque reconozco que no es menos poeta Claudio Rodríguez, que es el que tiene la voz más personal de toda la generación.

-¿Qué opina de dos asturianos que le precedieron en el premio «Reina Sofía» de Poesía Iberoamericana: Ángel González y Gamoneda?

-He tenido más trato con Ángel González. Gamoneda, aunque pertenece cronológicamente a la generación, no está incluido en ella porque él apareció con dos libros que eran de temática social, pero social como epígono de la generación anterior. Es en su tercer libro «Descripción de la mentira», donde sale su voz y es muy distinta de lo anterior. Lo conocí tarde, cuando ya el vagón de la generación estaba en marcha.

-¿Es su poesía una «autobiografía de su alma profunda» como la describe su antólogo?

-Siempre he dicho que el poema que se pone en un papel es un autorretrato. Yo veo el mundo desde la persona que yo soy y, por lo tanto, salen mi interior allí, y mi mirada, y también mis virtudes y mis defectos. Aparecen también cosas que son mías pero que yo desconocía, y otras que conozco no aparecen nunca. O sea, que la poesía es un espejo en el que se refleja algo con otro rostro. Si uno vive mucho tiempo y no ha dejado de escribir, el resultado de su trabajo es la poesía de varias personas que tiene algunas cosas en común, que son las que le dan la impresión de identidad; pero no soy el niño ni el joven que fui.

-¿Qué queda de entonces?

-Tengo alguna cosa que me puede perdurar. Algo de niño sigo siendo porque sólo se puede escribir desde el asombro y el asombro es una cosa que se va perdiendo; pero hay gente que retiene algo y eso le posibilita la poesía.

-El paso del tiempo está muy presente en su poesía.

-Bueno, somos tiempo. Las religiones han sido creadas para que el tiempo no acabe, para que no se cierre el paréntesis abierto al nacer, pero eso son los creyentes. Lo cierto es que tanto para los creyentes como para los agnósticos lo único que tenemos, desde donde podemos mirar y enjuiciar, es desde la vida; y sabemos que es corta, pero es la única que tenemos y la amamos.

-Usted atribuye unas cualidades a la poesía que no observa en la novela.

-La poesía sintetiza más, para ser buena tiene que tener intensidad, y además no es lo literal que leemos, es lo que sugiere. Esa sugerencia la crea el lector, o sea, el texto lo hace el creador, pero el lector hace el poema. La poesía es como una drogadicción buena que nos hace más sabios en la vida, depura los sentidos, nos hace mirar con más profundidad y además nos hace más tolerantes.

-¿Qué hay en su poesía de la luz mediterránea?

-Me he enamorado del mundo allí donde he vivido. No puedo hablar de panteras o de elefantes, pero sí de la perdiz, de un gorrión, de unos árboles y una luz determinados; por tanto, esa luminosidad está en mi obra, pero podía haber sido un poeta sólo de la noche.

-¿Le gusta la noche?

-Sí, me gusta, pero me gustan, sobre todo, la soledad y la intimidad de la noche.