«El Gobierno no improvisa, responde a circunstancias cambiantes» (Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno, 12-05-2010). «No tengo miedo. Me siento con fuerza para liderar este partido» (Francisco Camps, presidente de la Comunitat Valenciana, 12-05-2010).

En un día en el que no hay dios que entienda nada, va y se muere alguien que podría explicárnoslo todo: Antonio Ozores. Con Ozores se extingue una lengua (su aglomeración de seudopalabras a velocidad de crucero) y desaparece una especie de un solo ejemplar. Un currante del cine (participó en casi 200 películas y que cobraba 400 euros de pensión), a este valenciano nadie lo recordará por hazañas particulares. Lógico, demasiado pequeñas. Su filmografía se dedicaba a otra tarea bien diferente: fabricar en cadena y a escala industrial (ahí habría que nombrar peones a su familia; su hermano Mariano y su hija Emma) un humor costumbrista que caducó ante sus ojos con el fracaso de su serie «El sexólogo».

Lo único que se mantuvo impoluto fue el arquetipo ibérico y una presencia encarnada en múltiples recodos de la realidad patria: el binguero empedernido, el putero ocasional... en suma, una gran parte de nuestros amigos. Porque Ozores propagó su condición bizarra de «marciano familiar». O sea, de alguien al que podríamos, ya no podemos, pedir ayuda con los titulares de hoy.