El pensamiento débil, en contraposición al fuerte que monopolizó el camino del conocimiento, se adapta, según su propia definición, a las condiciones cambiantes de la realidad y acepta distintos puntos de vista sin imponer ninguno como verdad absoluta e incontrovertible. El profesor turinés Gianni Vattimo, padre de esta corriente posmodernista, sigue siendo para sus seguidores el paradigma del anticonformismo y la sinceridad, mientras que sus detractores opinan de él que cada vez se ha ido apartando más de la paternidad intelectual de Luigi Pareyson que guió sus primeros pasos junto a los de Umberto Eco, y de cuando a sus 25 años era invitado a dar conferencias sobre Heidegger y Nietzsche ante el gotha de la filosofía italiana de los años sesenta. Para estos últimos es un extremista provocador, a veces patético.

De estricta formación religiosa católica, la travesía del gurú del «pensiero debole» resulta algo errática, al menos tan diversa y agitada como su propia teoría de las diferentes verdades. Se hizo maoísta y, en su carrera política, pasó por el Partido Radical, luego vino el Olivo (Alleanza per Torino), fue eurodiputado por los Demócratas de Izquierda hasta 2004, y últimamente colabora con los comunistas de Oliviero Diliberto. Sus críticos han visto en la incendiaria posición mediática de Vattimo la actitud de un estudiante de primer año de universidad más que la del filósofo descollante de los inicios. Sobre todo, después de algunas salidas de tono y provocaciones, como el hecho de haber participado con el intelectual próximo a Hamas, Tariq Ramadan, en un seminario de la Universidad de Bolonia para denunciar una «limpieza étnica» en Palestina. Aquel día dijo: «Deberíamos estar agradecidos a la resistencia palestina, porque es prácticamente la única resistencia que existe. La única en contra del pensamiento único, imperialista y dominante».

Sus simpatías por el islamismo no hacen más que levantar ampollas en la opinión pública italiana, sobremanera cuando, al mismo, tiempo expresa, tratándose de un católico deudor agradecido, un antidogmatismo severo contra la Iglesia en las cuestiones de mayor actualidad. «Atacar el velo mientras se da dinero público a la escuela católica es estúpido, igual que mantener los crucifijos», ha dicho recientemente, debido a la prohibición en algunos lugares de Europa del uso de símbolos religiosos en los espacios públicos. Vattimo no cree que haya que tomarse tan en serio la discriminación del velo en la mujer. En Italia, han empezado a tomárselo a él en broma: creen que ha pasado del pensamiento débil o blando al reducido (scontato). O que lo único que le anima intelectualmente es la provocación, la agitación.

Por ejemplo, el filósofo turinés resulta más provocador que convincente cuando manifiesta, como lo ha hecho últimamente en Ecuador, que Europa debe mirar a América latina y asumir algunas de sus realidades políticas y culturales, o elogia el voluntarismo revolucionario en la vida pública de Venezuela, país que se ha convertido en un auténtico polvorín y que sufre denuncias diarias debido a la persecución de las libertades. Igual que cuando se declara admirador de Fidel Castro, Chávez y Evo Morales. Según Vattimo, los modelos políticos diferentes que busca la América de habla hispana y portuguesa pueden convertirla en un poderoso referente para la independencia de Europa frente a Estados Unidos y las multinacionales. La obsesión antiamericana está presente, como tantas veces lo ha estado en las últimas décadas del siglo XX, en el discurso posmodernista de Vattimo.

El hecho de sentarse a la izquierda de Dios padre, siendo un fervoroso católico desde sus comienzos (misa todas las mañanas, delegado diocesano de los estudiantes y dirigente de Acción Católica) le permite, antes que impedírselo, ser cada día más crítico con la Iglesia, a la que acusa de fundamentalismo. El celibato, la pederastia, la antimodernidad son, en resumidas cuentas, el objeto de sus principales ataques al catolicismo. La Italia anti Berlusconi sonrió ampliamente cuando dijo que el primer ministro italiano elevaba a los altares un discurso contra el aborto y la eutanasia para complacer a los obispos que le perdonan sus juergas con putas. Los medios de comunicación vinculados a Il Cavaliere no se lo perdonan. Él mientras tanto intenta mantener una postura herética simpática, como cuando se autodefinió maricón (frocio) en vez de dejarlo simplemente en homosexual. O cuando manifestó que le cabreaban los hoteles porque en la televisión de pago no programaban películas de porno gay. O el día en que reveló a «Vanity Fair» que estaba enamorado de un bailarín de discoteca de 20 años, aportando detalles sobre su relación. A sus amigos cercanos se les quedó la cara a cuadros. Dolidos sostuvieron que Vattimo era para ellos un ejemplo intelectual, un maestro y que no le hacía falta «escupir» este tipo de cosas. Visto de otra forma, gajes del oficio. No dejan de ser los pequeños riesgos que corre el Profesor cuando sale del claustro académico en que están encerrados otros filósofos de formación, para interpretar la sociedad desde un extremo y hacerlo de manera tan peculiar.