Cómo interpretar que una joven periodista asturiana me entrevistara para TVE en el escenario del teatro Campoamor el día antes de la entrega de los premios «Príncipe de Asturias» y unos meses después recibiéramos, mi mujer y yo, una invitación de SS MM los Reyes para asistir a su boda en el Palacio Real? ¿Qué pensar del hecho de que al año siguiente entrara, ya convertida en Princesa, del brazo del Príncipe de Asturias en el mismo teatro? Algunos se afirmarán en la idea de que lo sorprendente de los milagros es que ocurren. Otros, acudiendo a los antiguos griegos, pensarán que los dioses siempre nos traen lo inesperado.

Como algo maravillosamente sorprendente entiendo yo el hecho de que la nieta de mi muy querida Menchu, la persona de quien, con absoluta inocencia, le hablé al Príncipe aquel año alabando su excelente trabajo como enviada de TVE, sea ahora Princesa de Asturias. En los seis años largos que han pasado desde entonces, hemos sido testigos del buen trabajo que ambos, el Príncipe y Ella, han hecho, sin defraudarnos nunca, unidos en un proyecto de vida al servicio de España. Un ejemplo reciente y simbólico de ello es la bienvenida que el pasado martes brindaron a los asistentes a la VI Cumbre Unión Europea-América Latina y el Caribe y el emotivo e importante discurso pronunciado por don Felipe en esta ocasión, relevando, por primera vez, en un acto de esta trascendencia, a Su Majestad el Rey.

«Letizia es fortaleza y bondad», me dijo un día Menchu cuando le pedí que definiera a su nieta. El tiempo ha demostrado que es cierto, que la Princesa ha llevado a cabo su tarea con determinación, cumpliendo con sus obligaciones de manera responsable y entregada. Y lo ha hecho, además, con una actitud que a mí me gustaría destacar, pues la considero el germen de otras muchas virtudes: la curiosidad constante, el ansia de aprender, el gusto por conocer y entender, la inteligente necesidad de perfeccionarse.

Pero quizá la cualidad más sobresaliente de este difícil viaje que ha emprendido doña Letizia es esa capacidad para facilitar a los demás el acercamiento a ella, esa calidez que de inmediato transmite cuando te habla, esa entrega sincera y comprometida con los que sufren. Las personas que hemos tenido el honor de tratarla podemos asegurarlo sin temor a equivocarnos y sin parecer cortesanos. Doña Letizia es afable, cariñosa y alegre. Natural y espontánea, alejada de la rigidez que tradicionalmente transmite la encorsetada etiqueta. Quizá porque es, ciertamente, fortaleza y bondad.