Ya había ganas de volver a escuchar a la Orquesta del Principado, que retomó su temporada de abono esta semana, bajo las órdenes de Maximiano Valdés. Puede decirse, tras la penúltima aparición de la formación con su titular, que el director quiere salir por la puerta grande antes de delegar su batuta, lo que sucederá tras un periodo de pruebas en el que se barajarán diferentes nombres, entre los que ya se empiezan a hacer quinielas para la próxima dirección de la OSPA. Lo que es incuestionable es que «Max» dejará a una Sinfónica en su momento de plenitud, tal como pudo escucharse el viernes en el auditorio ovetense y el día anterior en la Casa de Cultura avilesina, en un concierto que fue, en este último caso, la última aparición de Valdés como titular en la villa del Adelantado.

La OSPA, esta vez «a la rusa», defendió la obra de dos compositores vilipendiados en su época, ya fuera por cuestiones artísticas, intelectuales o políticas, en el marco de los nacionalismos. La cita con la Sinfónica se abrió, así, con Chaikovski, compositor rechazado por la escuela rusa de composición, de manera que en el libro de César Cui, muy difundido entre el público del momento, se le apartó del grupo de «Los Cinco» por su influencia clásica y occidental. De Chaikovski se escuchó el viernes su conocido concierto para piano, el «n.º 1 en si bemol menor, op. 23», una obra que en su momento fue rechazada por Nikolai Rubinstein, hermano del también pianista Anton, el que se llevó la mayor fama.

Digamos que hoy no hay unanimidad y a una parte del público le cuesta conectar con este concierto, particularmente por la «enemistad» entre el piano y la orquesta, y un carácter pomposo y de cierta frialdad. Sin embargo, no fue así el viernes en el auditorio Príncipe Felipe, según los aplausos.

Para la ocasión se recibió al laureado pianista Mikhail Rudy, muy valorado entre los melómanos por su originalidad, carisma y virtuosismo. Rudy, reconocido en la literatura para piano del período romántico -el primer concierto de Chaikovski forma parte de su repertorio habitual-, asegura buscar un lenguaje interpretativo personal que parta de un estudio previo de la obra, englobando al compositor y la época.

Con estas premisas se esperaba quizá más de la lectura del pianista ruso, ya que, aunque pudo recrearse musicalmente en una elección de «tempi» lentos, dominó la tensión y una falta de claridad en la interpretación. Se trata de un lenguaje sinfónico, el del concierto de Chaikovski, de elevada factura y muy dinámico, rico en elementos líricos y folclóricos.

La orquesta, por su parte, solventó las exigencias en la estructura, el ritmo y la instrumentación de la obra, en una interpretación que, sin embargo, no fue de continuo pareja a la labor del solista. Para cerrar su visita a Asturias Rudy regaló una exquisita versión del «Nocturno op. 27, n.º 2» de Chopin, como propina.

Los mejores momentos del concierto se vivieron con la OSPA en la segunda parte, a través de la «Décima» de Shostakovich, sinfonía con la que la orquesta cerró su «ciclo» dedicado al compositor ruso. La Sinfónica funcionó perfectamente desde todas sus secciones y primeros atriles, imponente en una obra autobiográfica y llena de significados ocultos. Geniales desarrollos de una estructura cuyo contenido y elaboración podía seguirse claramente desde las notas al programa, elaboradas por el musicólogo Alejandro G. Villalibre. Desde un «moderato» en el que la cuerda y la madera ya hicieron patente su nivel, que destacó por sus cambios de instrumentación, con su parte intermedia contrastante.

En el «Allegro» la orquesta abordó un «scherzo» con trío de gran impulso, con buen control y encuentro entre la plantilla, para dar paso al «allegretto», de compleja construcción pero bien comprendida en la interpretación de la OSPA, a través de los enigmáticos temas. Y fantástico el «finale», de carácter cíclico, que coronó la interpretación de una orquesta espléndida, en la combinación de elementos que denotaron la densidad del universo sinfónico de Shostakovich.