Oviedo, M. S. MARQUÉS

La historia del castro de La Forca (Grado), el primero inhabitado que se documenta en Asturias, situado en una zona de encrucijada entre las rutas que circulan por los valles del Nalón y del Narcea, hunde sus raíces en la Edad del Bronce final, momento del que data una necrópolis tumular vecina. La Forca fue un recinto fortificado siguiendo los patrones del momento, que se levantó en una zona ocupada anteriormente por los constructores de túmulos.

El poblado es el primero inacabado, o mejor inhabitado, que se documenta en Asturias. En él han reparado los arqueólogos Jorge Camino Mayor, Rogelio Estrada y Yolanda Viniegra, autores entre otras investigaciones arqueológicas de la desarrollada durante los últimos años en La Carisa. Su interés por el castro de La Forca, localizado por José Manuel González en 1969, les ha llevado a realizar un estudio de sus estructuras antes de que la degradación que sufrió en las tres últimas décadas lo acabe engullendo totalmente.

Del recinto del concejo moscón, situado sobre un pequeño cerro cónico de 409 metros de altitud, quedan aún restos de la muralla. Son el elemento más distintivo, una vez que muchos de los vestigios localizados en su día por José Manuel González fueron destruidos por una profunda trinchera.

Pero la peculiaridad que distingue el yacimiento es la ausencia total de restos arqueológicos característicos de un poblado habitado. En su interior se realizaron un conjunto de nueve sondeos arqueológicos que permitieron definir la presencia de una muralla de cuatro metros de anchura. En las zonas mejor conservadas la altura alcanza todavía 1,30 metros en su frente externo mientras el interno ha desaparecido o se limita a unas pocas hiladas.

En el lugar se encontraron restos de madera carbonizada que debieron pertenecer a la empalizada que coronaba este tipo de fortificaciones. En el castro, el espacio rodeado por la muralla queda definido por la corona del cerro, de forma marcadamente oval y de unos 85 metros de largo por 25 de ancho. Las medidas responden a un recinto que no supera los 2.000 metros cuadrados, en el que no se encontró nada significativo, es decir, el resultado de las indagaciones fue una ausencia total de materiales arqueológicos que los expertos consideran «una incógnita de difícil explicación».

El trabajo pone de manifiesto que el recinto de La Forca no llegó a ser habitado tras su construcción. No se han localizados atributos que permitan suponerle una función especializada, ni los expertos creen que se pueda incluir en el grupo de los castros inacabados a pesar de no estar rodeado enteramente con murallas. Una de las posibles opciones que podrían explicar su situación sería «la de haber sido concebido como un refugio temporal ante una amenaza externa». Sin embargo, en contra de esta opción juega el hecho de su pequeño tamaño y la total carencia de autonomía para almacenar agua y alimentos con los que hacer frente a un asedio.

La Forca se asienta en una zona en la que se conocen otros cuatro castros, uno de ellos, aún sin estudiar, separado tan sólo algunos cientos de metros. Los arqueólogos no descartan que alguno de ellos hubiera podido reemplazar el fallido intento poblacional del yacimiento objeto de estudio, sobre todo si se tienen en cuenta las fuertes relaciones existentes entre pequeñas comunidades próximas, como parece suceder en este caso.

La inexistencia de restos propios de un lugar de habitación ha impedido establecer una cronología más allá de «aire arcaico» que se desprende de sus rasgos. Aun así, la datación de maderas sitúa la construcción entre los siglos VIII y VI a. d. C, es decir, en la primera edad de Hierro y su engarce con el Bronce final, período correspondiente a la primera etapa de la cultura castreña en la zona central de Asturias.