Como acabamos de celebrar la festividad de San Ignacio de Loyola, conviene recordar aquella frase que se le atribuye de modo más o menos apócrifo: «Timeo multitudinem, etiam episcoporum», es decir, «temo a las multitudes, incluso a las de obispos». Temibles y poco temerosas de Dios han sido las recientes declaraciones del cardenal chileno Jorge Medina Estévez, de 83 años, que fue el eclesiástico que después del cónclave de 2005 anunció desde el balcón del Vaticano el nombre de Joseph Ratzinger como Papa Benedicto XVI. Medina Estévez ha manifestado recientemente que «la tendencia homosexual es un defecto, como si a una persona le faltara un ojo o un pie». Probablemente al calor de la reciente legalización de los matrimonios homosexuales en Argentina a este purpurado se le ha ido la mano, como también se le fue hace un tiempo al cardenal Bertone, al asociar pedofilia en el clero y homosexualidad.

Uno es heterosexual, pero estas declaraciones de eminentes clérigos le parecen lamentables. Es más: revelan una preocupación eclesial desordenada. Una prueba: «Se trata de un fenómeno moral y social inquietante», un «problema» ante el que hay que «promover y proteger la dignidad del matrimonio, fundamento de la familia» («Doctrina de la fe», 2003). ¿Fenómeno inquietante? ¿Matrimonio y familia en peligro? Si la familia y el matrimonio corren riesgos no es precisamente a causa del «lobby» homosexual, y la Iglesia lo sabe bien. Por otra parte, palabras como las del cardenal Medina empañan visiones más realistas dentro de la Iglesia católica, como la fijada en el Catecismo: «Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas», cuyo «origen psíquico permanece en gran medida inexplicado». Al menos, el Catecismo no habla de enfermedad, ni de ausencia de un pie o de un ojo.

Cuentan que a San Ignacio se le mudó la faz el día que fue elegido como Papa Pablo IV el cardenal Caraffa, con el que había tenido notorias diferencias cuando la Compañía estaba siendo fundada. Sin embargo, añaden sus compañeros que al santo vasco le bastaron unos minutos de meditación y recogimiento para recomponerse.