Oviedo, M. J. I.

Un testigo de excepción de la bajada al tajo del príncipe Carlos Hugo fue el periodista Jaime Peñafiel, experto en casas reales. Peñafiel explicó ayer a LA NUEVA ESPAÑA que en el 62, cuando era un joven reportero de «Europa Press», alguien le sopló que el aspirante carlista estaba trabajando en la mina. «Apenas lo podía creer, pero como la fuente era muy fiable decidí ponerme en camino hacia Asturias».

Nunca olvidará la tarde en la que aguardaba en la entrada del pozo y se dio de bruces con Carlos Hugo, confundido con los otros mineros. «A la gente que tenía alrededor les decía que aquel hombre era un príncipe y se quedaban impresionados», añade. Según Peñafiel, el gesto de Carlos Hugo respondía a una campaña bien orquestada de promoción. «Él era el príncipe heredero de los carlistas y quería ganarse adeptos», dice.

El golpe de efecto no tuvo mucho efecto. Carlos Hugo, que en esos años se conectó con los sectores más progresistas del carlismo, siguió luchando por su causa, sin éxito. Uno de los golpes más duros que tuvo que encajar fue la designación de su primo Juan Carlos de Borbón, como heredero a la jefatura del Estado, a título de Rey. De hecho, Carlos Hugo defendió su causa hasta el momento de su muerte, el pasado 10 de agosto.