Frente a la concepción del teatro como divertimento, Larra alzó su voz para defender un teatro en el que veamos reproducidas las sensaciones que más nos afectan en la vida. «Y en la vida actual -son palabras del escritor madrileño-, ni el poeta, ni el actor, ni el espectador tienen ganas de reírse; los cuadros que llenan nuestra época nos afectan seriamente, y los acontecimientos en que somos parte interesada no pueden predisponernos para otra clase de teatro».

Consecuente con esta concepción de un teatro que sirva como espejo en el que contemplemos las luces y las sombras que nos rodean a diario, las miserias y los goces que nos prestan su envoltura, la compañía asturiana «El Perro Flaco» ha representado este pasado domingo en el Nuevo Teatro de La Felguera una obra del dramaturgo, actor y director asturiano Maxi Rodríguez que cumple perfectamente su finalidad moral en el sentido que dio Pascal a esta palabra: «Esforcémonos en pensar bien; he ahí el principio de la moral».

Porque precisamente de pensar bien, de actuar con inteligencia frente al trampantojos capitalista, trata este «Teatro precario». A lo largo de siete cuadros independientes, pero siempre conectados entre sí por una misma tela de araña en la que agonizan los restos de tantas utopías que perdieron sus alas, se nos van mostrando las tripas de un sistema que ha conseguido meter en un mismo saco dos conceptos tan absolutamente antagónicos: corrupción y democracia.

Desde la falta de transparencia y de información a la hora de afilar el cuchillo de los despidos y las reestructuraciones, pasando por la atonía de sindicatos y partidos políticos, o el final de los sueños y la metamorfosis de tantos conversos que se apuntaron al carro del liberalismo, en el mejor de los casos, sin olvidarnos de esa apasionante diatriba entre seguridad y libertad, va transcurriendo una obra en la que los verdaderos protagonistas son los perdedores de la crisis.

Apoyada en una escenografía versátil y en la acertada interpretación de los actores, el mensaje se transmite fácilmente gracias, sobre todo, a un máximo poder de concentración. Los elementos escénicos son sencillos, pero llenos siempre de múltiples sugerencias, y los gags humorísticos alivian en ocasiones la tensión producida por un drama como el actual, en el que los trabajadores son poco más que bufones en esta gran opereta globalizadora que recorre todos los escenarios mundiales.

Pudiéramos discutir sobre algunas de las tesis que se presentan, o sobre el carácter excesivamente discursivo a veces, o acerca de la adecuación del lenguaje en algunas conversaciones de la obra; pero, en todo caso, ello forma parte de un debate que se torna obligatorio al terminar la función, y que demuestra que ese decorado precario, en el que nos vemos reflejados tantas veces, ha conseguido precisamente cumplir su objetivo: agitar conciencias, obligarnos a pensar? y, además, bordeando con éxito las peligrosas aguas panfletarias.

Quienes vean en la obra una reivindicación de la próxima huelga general del día 29 están demostrando una visión reduccionista. La higiene moral es una ducha, un ejercicio de combate -y de ahí ese teatro vivo, fuerte, perturbador de los corazones inertes- que no se limita sólo a una fecha del calendario.