Director de Ingeniería y Arquitectura de la consultora Impulso Industrial Alternativo

Oviedo, Elena FDEZ.-PELLO

La consultora asturiana de ingeniería y arquitectura Impulso Industrial Alternativo es, según el Instituto Great Place to Work, una de las 50 mejores empresas de España para trabajar. Esa lista la encabeza Google. Su director de Ingeniería y Arquitectura, Jorge Suárez (Avilés, 1974), asegura que su mejor inversión son sus empleados y se enorgullece de haber vadeado la crisis sin ningún despido. «Cuidamos mucho a las personas, sólo si están a gusto es posible progresar», sostiene. Y mientras este arquitecto, formado entre la Politécnica de Madrid y la Universidad de Columbia, responde las preguntas de esta entrevista su hija pequeña duerme plácidamente unas plantas más abajo, en el mismo edificio, en la guardería de la empresa.

-El futuro de la profesión está en el extranjero, según algunos de sus colegas. Ustedes hace tiempo que emprendieron ese camino.

-El modelo de los últimos diez años, de vacas gordas, está agotado. Está claro que la construcción no puede suponer el 30 por ciento de la economía. La salida es la internacionalización. Nosotros estamos presentes en Portugal y Angola, y viajamos a Chile, a México y al África subsahariana. Otra veta, menos explorada es la búsqueda de sectores transversales. El arquitecto no debe ceñirse a hacer edificios y ordenar el territorio. Hay más campos: hay arquitectos que diseñan barcos, aquí hemos hecho la mayor planta del mundo de cultivo de peces planos, que produce siete millones de rodaballos al año. Siendo una empresa de origen asturiano Impulso tiene el 70 ciento de su negocio fuera. Hace veinte años dimos el salto a Portugal y hace dos, cuando le vimos las orejas al lobo, decidimos entrar en Angola.

-Eso es más fácil gracias a las nuevas redes de comunicación.

-Manuel Castells habla de la sociedad en red, a mí me gusta hablar de empresas red, como la nuestra: una serie de nodos conectados en red y dispersos por la geografía. En Angola, desarrollamos tres mediatecas en mes y medio: acabamos el martes el proyecto y el miércoles estaba listo para hacer la presentación allí. La información fluye más rápido que las personas. Ya no está tan claro que los centros de producción tengan que estar localizados, desde luego los de comercialización hace tiempo que no lo están.

-¿Trabajan menos en Asturias? ¿Por qué?

-En los treinta años que llevamos trabajando el 70 por ciento del negocio se ha mantenido fuera. ¿Por qué? No lo sé, hay un cierto snobismo, para el asturiano lo asturiano no es lo mejor.

-¿Ocurre lo mismo en otras comunidades?

-Madrid ha despegado tras unos años de parón y no existe ese sentimiento. Funciona igual lo local que lo global. Es más, no hay local ni global. Los navarros quieren lo navarro, los vascos lo vasco. En Angola no puedes trabajar sin estar asociado con un angoleño. Todos mis amigos trabajan fuera, y esto va a ir a más.

-¿Cambiaría algo la apertura en Asturias de una Escuela Superior de Arquitectura?

-No necesitamos una Escuela. Sí que veo una formación de posgrado especializada, que aporte un valor añadido, por ejemplo la rehabilitación del patrimonio industrial. Yo nací entre industria, en Avilés. ¿Qué pasó con la térmica de Avilés? Se tiró un espacio de un gran valor arquitectónico, se hizo desaparecer un valor histórico que permitiría explicar el pasado a nuestros hijos y luego hay que buscar nuevas soluciones. La reutilización de edificios es un paso más, un camino.

-¿Apostar por la arquitectura sostenible?

-La arquitectura no es sostenible. Esa es una moda. Se consume una barbaridad de energía para construir un edificio y para explotarlo. La arquitectura sostenible es la que se reutiliza, una térmica que deja de funcionar y se reutiliza: eso es sostenibilidad pura.

-¿La arquitectura puede cambiar el mundo?

-Hay un libro sobre eso, «La arquitectura milagrosa», de Llatzer Moix. La clase política creyó en la arquitectura milagrosa para poner -como ellos dicen- su ciudad en el mapa. Que una sociedad sea competitiva no tiene nada que ver con la arquitectura, sino con las estructuras y la gestión. Cuando se habla de cómo un edificio puede cambiar una ciudad se habla del Guggenheim, pero se olvida que Bilbao llevaba años invirtiendo en la recuperación. Los arquitectos tienen como fin dignificar la vida de las personas, que los edificios funcionen, que duren, que sean agradables, bellos... La Ciudad de las Artes, en Valencia, ¿eso es arquitectura? Para mí no, pierde todo el sentido al gastar sin miramientos los recursos ajenos. Los arquitectos pensábamos que el boom de la construcción se debía a lo buenos que éramos. Pues ni lo éramos ni la construcción contribuía a generar riqueza ni los políticos hacían bien las cosas.

-Sí, pero eran aplaudidos por los edificios que levantan en sus ciudades.

-Que un político tenga la oportunidad de gastarse el dinero en un Calatrava y no lo haga, aunque le haga perder votos, sería de agradecer. La mayor parte de las conversaciones en torno a un edificio se limitan al «me gusta» o «no me gusta». Un edificio dura una media de 70 años, el «me gusta» o «no me gusta» no es objetivable. Un Calatrava como el de Oviedo representa el deseo de una clase política por poner su ciudad en el mapa y el deseo de un arquitecto egocéntrico al que le da igual todo.

-¿Eso podría evitarse si los ciudadanos supiéramos más de arquitectura?

-Debería de hablarse más de arquitectura en la escuela. Una persona debería saber por qué compra una vivienda y no otra. Nadie se plantea que las mejores son las de protección oficial, que cuestan menos y tienen las mismas calidades. Azulejo de primera, ofrecen los promotores. ¡Pero es que no hay azulejo de segunda!

-Entonces, en arquitectura lo bello es lo eficaz.

-Cuando trabajas con un ingeniero mecánico que calcula estructuras tu visión se amplía, escapas de la dominación del gusto. Ocurre a veces que un arquitecto diseña un edificio y luego quinientos profesionales tienen que calentarlo, enfriarlo, hacer posible el acceso a los discapacitados... Las buenas ideas, muchas veces, son de los ingenieros y eso al arquitecto le duele en el alma reconocerlo.