Gijón, C. JIMÉNEZ

La materia se impone sobre las formas, no hay materiales mejores ni peores, sino diferentes sensibilidades a la hora de crear. Richard Serra, el artista definido como el señor del acero, poeta de los espacios y gran maestro de la escultura, calificó ayer en Gijón el proceso creativo como una forma de que cada generación desarrolle su propio idioma. En un encuentro con el público celebrado en el Centro de Arte y Creación Industrial de la Laboral y dirigido por Rosina Gómez-Baeza, animó a los estudiantes a encontrar su propio camino: «Debéis buscar en vuestra inteligencia», defendió ante un auditorio en el que, sin embargo, eran mayoría galeristas, arquitectos y personas vinculadas al mundo del arte, pero que ya habían abandonado hace tiempo su proceso formativo.

«No hay mercado de arte, ahora tenemos una industria cultural global que ha inhibido lo que pueden hacer los artistas», argumentó. A su juicio, el arte contemporáneo y el de cualquier otra época no tiene una funcionalidad concreta, su único propósito es satisfacer el espíritu y el alma del creador. El artista estadounidense, que realizó una mención especial a los españoles Jorge Oteiza y Eduardo Chillida, confesó sentirse a gusto en España, donde «la gente me reconoce como algo familiar, en cambio en Italia siempre me sentí un poco extraño».

De sus inicios, aseguró haber comenzado a coquetear con materiales como el látex y la goma -entonces sus colegas lo llamaban «residuos»- antes de llegar al acero, pero su primer contacto con el arte fue el dibujo. «Es una forma de hacer marcas y las marcas ayudan al lenguaje», explicó sobre una actividad que viene practicando desde los cuatro años. Lo hacía incluso en los papeles que su madre traía de la carnicería. «Mi familia me alentaba a seguir dibujando y cuanto más lo hacían más quería seguir. Hubo un momento en que me presentaban a sus amigos como Richard Serra el artista. Ya no tenía otra opción», reconoció.

Después llegarían los estudios en las universidades de Berkeley y Harvard, las charlas con otros creadores en un bar de Kansas City donde paraban «raritos y travestis» y las becas en Europa. Pero la conclusión para todas estas etapas es idéntica. «No sé si se puede enseñar el arte, lo único que puede hacer el profesor en intentar dirigir la sensibilidad del alumno», afirma rotundo el escultor estadounidense. En ese proceso de búsqueda de la identidad artística, Serra es partidario de dejar hacer. «Los estudiantes debéis decidir qué vida queréis tener. Yo no quería dedicarme a estudiar el guión de otros», insistió.

En su análisis sobre el estado del proceso creativo en tiempo presente huye de esquemas o estereotipos, nos movemos en «terreno movedizo», sostiene, por ello, anima a las nuevas generaciones «a no rendirse a la capacidad de inquisición» y a poner en entredicho todo lo anterior. «Es el momento de ser libres», respondió cuando Rosina Gómez-Baeza le recordó la definición que Carmen Giménez, comisaria de arte del siglo XX «Stephen and Nan Swid» de la Fundación Solomon R. Guggenheim de Nueva York, dio sobre su obra: arte radical. «Hay que agitar nuestro cerebro para que se mueva», defendió el artista, al tiempo que incidió en que su labor no tiene nada que ver con un producto de diseño de una empresa. «Hacemos cosas no funcionales que la sociedad necesita».

En su visita a la ciudad, acompañado de su esposa, Clara Weyergraf, tuvo tiempo de recorrer parte de la exposición que la Fundación Thyssen Bornemisza Art Contemporary 21 muestra en estas fechas en el Centro de Arte bajo el título «Pasajes. Viajes por el hiperespacio». Y con un elogio a aquellos artistas que hacen cosas «sin precedentes, que rompen reglas», se despidió de Gijón y del público asturiano, no sin antes advertir que nunca ha creído en la arquitectura como arte, sino más bien como un compuesto de tectónica, materiales y espacios, «algo cómodo y el arte no es cómodo», concluyó.