Oviedo, P. GALLEGO /

M. S. MARQUÉS

El escultor Richard Serra recoge hoy en el Campoamor el premio «Príncipe de Asturias» de las Artes. Pero desde su punto de vista, crítico con el momento que le ha tocado vivir, Serra (San Francisco, 1939) podría recibir el de «la moda». Según él, en eso se han convertido las disciplinas artísticas, «en una forma de consumo similar a la moda». Para cambiar esa «dinámica de mercado», Serra confía el futuro a los jóvenes que luchan por abrirse paso en el arte. «Los nuevos artistas deben buscar nuevas formas de experimentación y transgredir con sus obras», afirmó Serra durante su primera actividad en Asturias, «sin rendirse a las exigencias de una industria cultural que mueve cantidades ingentes de dinero y que califica el arte por su valor de mercado».

En una conversación posterior con LA NUEVA ESPAÑA, Serra desveló que una de sus próximas instalaciones tendrá como destino «Madrid y los alrededores del Museo del Prado». El cuadro «Las Meninas», de Velázquez, que se custodia en la pinacoteca nacional, marcó el punto de vista del artista durante una visita a la capital española en 1966. Ahora, Serra le devolverá su inspiración a la ciudad con «tres obras», que «no se han podido llevar a cabo en este momento por la situación económica», pero que no descarta materializar en un futuro próximo.

Según el escultor, la crisis en el mundo del arte «condiciona los materiales que nos podemos permitir, o lo que podemos hacer». Un panorama ante el que, de nuevo, deposita la responsabilidad en los más jóvenes: «La crisis a ellos no les importa, son lo bastante individualistas como para ser capaces de encontrar formas de deshacerse de la presión negativa causada por la situación económica que vivimos». «Siempre hay una curva que sube y baja, pero en la historia de la escultura no han importado demasiado las guerras ni las depresiones económicas». La respuesta está, de nuevo, en el talento de los artistas.

Pocos días antes de desplazarse a Asturias desde Estados Unidos, Serra participó en un coloquio sobre la relación entre «la creatividad y el cerebro». Para él, la capacidad del hombre de crear está «impresa en el ADN, aunque muchas veces pienso que puede tener que ver con que mi madre sea judía», bromeó.

La otra mitad de sus genes son españoles. Serra reconoce que el país en el que nació su padre, mallorquín, le ha dado un apoyo «sobrecogedor». «Mi relación con España ha sido constante durante los últimos treinta años, y probablemente yo no estaría aquí sin ese apoyo continuado». La joya de la producción escultórica de Serra, «La materia del tiempo», ocupa la sala principal del Museo Guggenheim de Bilbao, pero fue el Prado su primera conexión con la cultura española. «En los 60 tenía una beca en Florencia y me dedicaba a la pintura abstracta con resultados bastante decepcionantes», rememora el escultor. Pero «Las Meninas» le hicieron descubrir algo: «Velázquez me miraba a mí, y me implicaba en su espacio. Tú les miras a ellos, y ellos te miran a ti, como si Velázquez te estuviese pintando en su lienzo. Hasta ese momento de la historia de la pintura el espectador estaba fuera. Entonces volví a Florencia, y dejé de pintar», asegura.

A partir de ese momento, el acero se convirtió en la materia con la que construyó sus sueños de artista. «La elección del material es algo individual», explica, «tanto como que a los niños pueda gustarles la pana y a las niñas la seda. Va con la sensibilidad. De todas formas no estoy interesado en el acero como acero en sí mismo. Me interesa más su interacción con el espacio».

La relación entre «el vacío y la materia» es la guía de trabajo de Serra. Tanto como el «conocimiento profundo» del material con el que crea esculturas de gigante, el acero patinable: «para poder trabajar con un material determinado tienes que entender la lógica que subyace en él. Un ladrillo no es sólo un modelo, sino que determina otras estructuras. Así es como yo lo veo».

Serra alabó el trabajo de Jorge Oteiza y de Eduardo Chillida: «Es sorprendente que de esa pequeña parte de España hayan salido dos escultores de ese calibre internacional, importantísimos en la historia de la escultura». Tanto como el propio Serra, que no rechazó las palabras de quienes le convierten en «una figura clave» en el desarrollo escultórico. «Es cierto que, con mi generación, se produjo un antes y un después, pero yo sólo soy responsable de ese cambio en parte. El punto de inflexión supuso quitar el pedestal y situar la obra en igualdad de condiciones con las personas».

Parte de ella -aunque en fotografías- se expone estos días en el Museo de Bellas Artes de Asturias. Ante un hipotético viaje al Principado de alguna de sus obras, Serra señaló que no había recibido ninguna petición «en firme», aunque en el futuro «todo es posible». «El arte, bueno o malo, debe formar parte del paisaje de las ciudades. La vida dura sólo un nanosegundo, así que si queremos hacer algún tipo de contribución hay que ser obsesivo, y aprovechar cualquier oportunidad de hacer cosas. Yo me veo así, como un escultor que construye cosas».