Eran los años 70 cuando tuve la fortuna de asistir a los cursos de Touraine en la Escuela de Altos Estudios de París. Permanecían aún los rescoldos de mayo del 68. Después de la decepción, los estudiantes proclamaban: «Volvamos a casa y dejemos de concebir nuevos mundos»: éste era el grito del día después. Al mismo tiempo, la sociedad necesitaba ser pensada de nuevo. En el análisis que se hizo del movimiento estudiantil, días después, han dominado dos perspectivas: una liberal representada por Raymon Aron que concede la máxima importancia a las decisiones -una sociedad es producto de sus decisiones- y otra crítica que Alain Touraine expone en su libro sobre mayo del 68: «Le communisme utópique». Aron analiza el conflicto en términos de orden/desorden. El movimiento estudiantil, que nace de una profunda crisis de los valores de la tradición, busca pervertir el orden social. Este desorden se expresa en la destrucción de las jerarquías universitarias y sociales, y en la autogestión cuyo símbolo fue el establecimiento de la Comuna en los espacios de la Sorbona. Para Touraine, el conflicto estudiante se genera como protesta contra los aparatos de integración y manipulación de la sociedad programada. Los estudiantes quieren hablar y decidir y forman una antisociedad con dos actitudes básicas: la afirmación de una sociedad alternativa donde tengan su sitio la espontaneidad, el deseo, la imaginación y un esfuerzo de participación, de gestión del cambio, que se expresa en la toma del espacio y la palabra.

l El actor y el sistema. Touraine construye su modo de hacer sociología en confrontación con otras perspectivas clásicas o actuales. De Marx retiene la idea de que la vida social se basa en una relación central de dominación. De Weber, la idea del actor que orienta su acción por referencia a unos valores. El interrogante principal en la construcción de su perspectiva puede expresarse en el verso de Ángel González: «¿Soy yo el que siente y el que da sentido al mundo o es el secreto corazón del mundo -remoto, inaccesible- el que me da sentido a mí? Qué lejos siempre entonces ya de todo, incluso de mí mismo...». Touraine se aleja de todas aquellas orientaciones que o bien pretenden cerrar el mundo a la acción humana o bien lo abren de tal modo que desaparece la sociedad o el peso del sistema. La vida no puede leerse al margen de la acción humana. Los paradigmas sistémicos construyen un escenario sin actores. Touraine rechaza también una concepción de la sociología que podemos calificar de liberal que reduce la vida social a la estrategia de los individuos en busca de su interés. Touraine rompe con aquellas visiones de la vida social que o pretenden cerrar el mundo y el horizonte de posibilidades por la vía de eliminar la acción humana o, como en el caso del pensamiento posmoderno, lo encierran en la vivencia del instante cerrando el futuro abierto por la modernidad, o con relatos sobre el final de la historia como la proclama de F. Fukuyama imaginando un movimiento natural de las cosas que conduce a la economía de mercado, a la democracia y a la tolerancia cultural, afirmando que no existe nada más allá de este escenario. Un interrogante recorre toda la sociología de Touraine: ¿cómo recuperar las posibilidades de acción del sujeto, cuál es el lugar de los conflictos en la nueva modernidad? El rasgo común de todas las escuelas de sociología viva es que parten del actor social y recomponen a partir de él, de sus expectativas y de sus interacciones, el campo social en el que actúa. La gran obra de Jurgen Habermas sobre la comunicación o las obras de sociólogos tan significativos como Z. Bauman o A. Giddens se sitúan en esta perspectiva.

l Los movimientos sociales. El estudio de los movimientos sociales ocupa un lugar central en la sociología de Touraine. Constituyen la trama de la sociedad. Por las páginas de su obra han pasado el movimiento obrero, el movimiento estudiante, el sindicato polaco Solidaridad, las protestas antinucleares, los movimientos de mujeres... Un movimiento social se representa como la combinación de un principio de identidad, un principio de oposición a un adversario real y un principio de totalidad o de cambio en el sistema de relaciones. Para batirse hace falta saber en nombre de quién, contra quién y en qué terreno uno se bate. El orden social nunca es absoluto. Las sociedades humanas son capaces de producir y de cambiar sus modos de funcionamiento. Touraine designa este nivel de acción como historicidad, definida como la capacidad creciente de la sociedad de actuar sobre ella misma, de construir sus prácticas, culturalmente orientadas, a través de los conflictos sociales. Los movimientos sociales no son acontecimientos excepcionales ni dramáticos: viven en el corazón de la vida social como tensión entre el poder que transforma la historicidad en orden y un actor en rebeldía que reclama cambios en las orientaciones de la acción. Una sociología centrada en el actor como la de Touraine está expuesta a un diálogo permanente con lo social. ¿Tiene sentido hablar hoy de movimientos sociales? ¿No estamos asistiendo a una retirada de las formas de protesta colectivas? Si vivimos en una sociedad alienada, eso significa que sólo existe el poder que secuestra el sentido y la masa: y entre ambos la nada, el silencio. ¿La función de los movimientos sociales ha quedado reducida a emitir señales simbólicas, a señalar los males para, luego, decirnos que no hay nada que hacer, con lo que se ahonda aún más la distancia entre experiencia y expectativas, entre lo real y lo posible, generando una estética de la decepción que refuerza aún más el sentimiento de lo imposible? De aquí el empeño constante de Touraine en hurgar en las entrañas de la vida social y encontrar nuevas voces, nuevos conflictos.

l La política del sujeto. Vivimos hoy en una sociedad desgarrada: de un lado la globalización (la economía se separa de la política) y del otro el individualismo. Nada en el centro de la vida social: está vacío. ¿Cómo recuperar la acción? En sus últimos libros, Touraine reflexiona sobre la modernidad, la democracia, los nuevos conflictos y el lugar de la política en este nuevo escenario. Define la democracia como la política del sujeto. El sujeto es la voluntad del individuo de ser el actor de su propia existencia. La época de los grandes relatos históricos ha desaparecido. Lyotard tiene razón. Sin embargo, hemos entrado en una época en la que cada uno de nosotros se esfuerza en hacer de su vida personal un relato. Cada persona quiere vivir su vida. Éste es el valor principal en el mundo moderno: la pregunta por el sentido como principal demanda cultural. La democracia es el conjunto de condiciones institucionales que permiten al individuo ser actor de su propia existencia. La reflexión sobre el nuevo paradigma cultural permitirá a la sociología dar cuenta o nombrar a los nuevos actores y a los nuevos conflictos. En este universo cultural, de búsqueda del sentido, de elaboración de la propia existencia, el protagonismo de las mujeres ocupa, para Touraine, un lugar central: constituidas en tanto que categoría inferior por la dominación masculina mantienen, más allá de su propia liberación, una acción más general de recomposición de todas las experiencias individuales y colectivas.