El concierto de clausura de la XIX Semana de Música de Cajastur, que sirvió de antesala a la gala de entrega de los premios «Príncipe de Asturias», no fue, a la verdad, un reflejo de toda la calidad musical que puede ofrecer el Principado. Así, el concierto del jueves no fue representativo del nivel artístico del que, habitualmente, hacen gala las formaciones asturianas. Se trata, como el acto del jueves, de conciertos extraordinarios que deben mostrar las posibilidades artísticas reales. Sin embargo, en este sentido, puede hablarse de oportunidades desaprovechadas, unido a las intenciones de proyección cultural, siempre manifiestas.

Por otro lado, cabría plantearse el continuar la línea que el año pasado abriera «La vida breve» de Falla, por ejemplo en la incorporación en el programa de suites o poemas sinfónicos de compositores españoles, que servirían para mayor lucimiento de la Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), en lugar de la obertura de Wagner que se escuchó en esta última edición de la Semana de Música. Bajo la dirección de Maximiano Valdés, se escuchó un preludio de «Los maestros cantores de Núremberg» efectista, aunque necesitado de mayor solidez y riqueza interna, dentro de la claridad tonal y polifónica que distingue esta página.

Tras la obertura wagneriana, se volvió en la Semana al repertorio sinfónico-coral, que, pese a los medios vocales e instrumentales, todavía es escaso en el panorama musical asturiano o, lo que es lo mismo, no se renuevan fácilmente los programas en este género. A este respecto, hay que celebrar la programación de la «Misa in Angustiis» o «Misa Nelson», una de las últimas misas de Haydn, aquí prácticamente desconocida. Sin embargo, no se logró ese «equilibrio» que rezaba en las notas al programa, con una falta de unidad entre los efectivos, especialmente por parte de la orquesta y en relación a las partes vocales. El Coro de la Fundación Príncipe de Asturias no apareció igual de empastado que en anteriores ocasiones, debido, sobre todo, a la necesidad de reforzar en número las cuerdas masculinas, que quedaron ensombrecidas por las sopranos.

No obstante, la calidad vocal del coro -en afinación y dinámicas- fue notable en una obra en la que destaca la libertad de su tratamiento, en secciones contrastantes. En cuanto a las voces solistas, destacaron la soprano Elena de la Merced, con un fraseo exquisito y de adecuado carácter, y el tenor Gustavo Peña, por su timbre y potencia vocal. La mezzo Elisabeth von Magnus tuvo una presencia discreta, mientras que el bajo Marco Vinco solventó con corrección su parte vocal, en la que destacan los diferentes registros vocales.