Oviedo, Eduardo GARCÍA

Cuenta José Luis Villar Palasí, uno de los doce ministros del general Franco que aún viven, que cuando trató de que España concediera el cargo de catedrático al premio Nobel asturiano Severo Ochoa, se encontró con el muro del presidente Carrero Blanco y con una justificación pintoresca: «No procede el nombramiento porque Ochoa es masón».

Corrían los primeros años de la década de los setenta (Carrero moriría en atentado de ETA en diciembre de 1973). Villar Palasí había sido nombrado ministro de Educación en 1968 y fue uno de los principales impulsores del retorno de Severo Ochoa desde su «exilio científico» de los Estados Unidos. Volvía un Nobel que, sin embargo, no era catedrático en su país de nacimiento (lo era en los Estados Unidos, por supuesto: catedrático de Bioquímica por la Universidad de Nueva York).

Villar Palasí tiene 88 años y una buena memoria. La anécdota del encuentro con Carrero Blanco y su conversación sobre don Severo la contaba ayer en el diario «El Mundo»: «Una vez le llevé a Carrero el nombramiento para su publicación en el BOE del Nobel Severo Ochoa como catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid. Y me adujo que no procedía su nombramiento porque, según le habían informado, Ochoa era masón. Entonces le repliqué: pues se lo he comentado al Generalísimo y le ha parecido bien. Carrero me dijo que retiraba lo dicho».

Lo cierto es que, a pesar del visto bueno del general Franco, del que esta semana se cumplió el 35 aniversario de su fallecimiento, Severo Ochoa se quedó sin cátedra. Unas fuentes afirman que porque él no quiso, ante el ofrecimiento del propio Villar Palasí, un hombre que llegaba de sectores de la democracia cristiana, que además de ministro de Educación fue presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y padre de la ley educativa que oficializó la enseñanza obligatoria hasta los 14 años.

Se cuenta que Villar Palasí le ofreció a Severo Ochoa un cargo de rector universitario, y que el bioquímico luarqués lo rechazó. Cuando Villar Palasí le comentó que el rectorado tendría más carácter representativo que otra cosa, Ochoa le espetó: «Yo, donde entro, entro a trabajar». Y de ahí surgió la idea de la creación del Centro de Biología Molecular que lleva el nombre del Nobel asturiano. Fue inaugurado en septiembre de 1975 por los entonces Príncipes Juan Carlos y Sofía, cincuenta y cuatro días antes de la muerte de Franco. El ministro de Educación era Cruz Martínez Esteruelas, que había sustituido en 1974 a Julio Rodríguez Martínez. Éste último, que tan sólo permaneció en el cargo seis meses, no se había entusiasmado precisamente con la idea de que un centro de excelencia investigadora estuviera apadrinado por un premio Nobel «americano».

Ochoa acabó marchándose al Instituto Roche, en New Jersey, y se jubiló de la Universidad de Nueva York en 1975. Alternó en los años siguientes estancias en Norteamérica y en España, en aquel Centro de Biología Molecular en el que tanta pasión y generosidad puso y que hoy es uno de los grandes referentes del CSIC en España.

Sobre la adscripción masónica de Severo Ochoa, alguien que bien lo conoce y que quiere mantenerse en el anonimato, afirmaba ayer a LA NUEVA ESPAÑA que «de masón, nada de nada. Es una infamia más hacia un hombre bondadoso».